En febrero de este año, 19 centros de salud, incluidos tres hospitales, se vieron obligados a interrumpir los servicios porque no tenían suficiente combustible para mantener los generadores en funcionamiento.
La situación se ve agravada por la dificultad para recibir tratamiento fuera de la Franja para lo que es necesario un permiso israelí que en muchas ocasiones nunca llega o llega demasiado tarde. El año pasado, sólo el 61% de todos los permisos fueron aprobados, una de las tasas más baja jamás registrada.
Centro de Salud Al Saftawi, norte de Gaza. Delante del consultorio de Huda Samur, hay una hilera de personas esperando su turno. Ella les dice con voz amable que lamenta la espera, debida a una gran afluencia de pacientes.
Huda, de 48 años, es enfermera en el Centro de Salud Al Saftawi, en el norte de Gaza, gestionado por la Agencia de la ONU para los Refugiados de Palestina (UNRWA).
Divorciada y madre de una hija y un hijo universitarios, Huda es muy activa y vital y tiene una fuerza de voluntad que le permite completar largas jornadas de trabajo a pesar de padecer cáncer. Sonríe a menudo y desprende energía positiva.
"Me diagnosticaron cáncer de mama en diciembre de 2016 y me operaron en enero de 2017. Luego me dieron ocho sesiones de quimioterapia en el Hospital al Rantisi de Gaza", cuenta Huda.
Al finalizar este tratamiento, necesitaba 35 sesiones de radioterapia. En Gaza no está disponible y los pacientes que la precisan tienen que desplazarse a Cisjordania, Jerusalén este, Jordania, Israel o Egipto.
Las autoridades sanitarias palestinas derivan cada caso a un hospital que da cita a los pacientes. La Autoridad Nacional Palestina (ANP) asume los gastos de la mayoría de los enfermos, principalmente de los que se tratan en hospitales palestinos, otros reciben ayuda de oenegés o los pagan de su bolsillo.
Para poder viajar a los centros sanitarios donde los atenderán, los enfermos tienen que solicitar permiso de entrada en Israel o visado para Egipto. Gaza no está comunicada por tierra con Cisjordania, Jerusalén este y Jordania, tampoco por aire a causa del bloqueo israelí. Para llegar a estos territorios hay que pasar por Israel forzosamente.
Si la opción es viajar a Egipto, los pacientes tienen que esperar a que la frontera esté abierta y obtener un visado. En los últimos años, El Cairo ha mantenido el paso fronterizo cerrado la gran mayoría de los días, aunque en 2018 lo está abriendo con mayor regularidad.
"Solicité que me derivaran para el tratamiento de radioterapia y lo conseguí. Luego pedí el permiso para entrar en Israel y viajar a Cisjordania. Esperé 70 días sin respuesta", relata Huda, vestida con un uniforme de un blanco resplandeciente.
"Ya estábamos en octubre de 2017 y la UNRWA me comentó que podía hacer un curso en Amán en noviembre. Pensé que era una oportunidad para solicitar un permiso y que tendría más posibilidades de conseguirlo", añade.
Huda pidió la autorización junto a otros empleados de UNRWA, pero no obtuvieron respuesta hasta enero de 2018, dos meses después de que se realizara el curso.
"Viajé a Amán por mi cuenta, pero allí los médicos me dijeron que era demasiado tarde para la radioterapia porque hacía más de seis meses que había acabado la quimioterapia", señala Huda.
En Amán quisieron comprobar el estado de su enfermedad y le practicaron un PET TAC, una prueba de precisión que en Gaza no existe porque los hospitales carecen del equipamiento necesario. Israel restringe la entrada de varios tipos de equipos que considera que pueden tener doble uso: civil y militar.
Los médicos en Amán descubrieron que Huda tenía los nódulos linfáticos afectados y unos tumores en la zona donde la habían operado.
Cada año se diagnostica cáncer a unas 1.500 personas en Gaza. La falta de medios hace que las cifras de supervivencia de los enfermos sean mucho más bajas que en Israel.
Entre enero y junio del 2018, 12.711 gazatíes solicitaron permiso por razones médicas a Israel para entrar en su territorio. El 60% se aprobaron, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Muchos pacientes reciben luz verde meses después de que hayan pasado las citas médicas. Para algunos la autorización llega demasiado tarde. En 2017, 56 personas murieron en Gaza esperando un permiso, según denunciaron oenegés como Amnistía Internacional y Médicos por los Derechos Humanos (PHR).
A la mayoría de personas se les deniegan los permisos sin explicaciones. A otras las rechazan por tener un familiar del movimiento islamista Hamás, que controla Gaza. Las oenegés consideran que esta política es “un castigo colectivo”.
Las organizaciones israelís y palestinas PHR, Adalah, Gisha y Al Mezan presentaron una petición al Tribunal Supremo israelí para denunciar esta práctica y la justicia les dio la razón. Gracias al veredicto hay siete mujeres enfermas que podrán salir de Gaza.
Las consecuencias del cáncer en las mujeres gazatíes van más allá de la enfermedad. En varios casos, los maridos las abandonan, explica Huda, que ha creado un grupo de Whatsapp para asesorar a pacientes de cáncer sobre cómo paliar los efectos de la quimioterapia.
Huda sigue ahora, en el centro sanitario Al Rantisi de la ciudad de Gaza, un tratamiento biológico de 17 sesiones que se ha visto afectado por la falta de medicamentos.
"El hospital está masificado y faltan fármacos de quimioterapia porque la Autoridad Palestina decidió no pagarlos. En Ramala (Cisjordania) tienen todo lo necesario, pero en Gaza no", denuncia Huda.
En 2017, la Autoridad Nacional Palestina (ANP) cortó el suministro de medicamentos en Gaza y tomó otras medidas con la intención de presionar a Hamás. Pero según Huda, "solo perjudicó a la gente".
El movimiento que gobierna Cisjordania, Al Fatá, está enfrentado a Hamás desde hace once años. "Esta división nos afecta en muchos ámbitos de la vida", afirma la madre de Udai al Hana, un niño de 9 años enfermo de leucemia que tuvo que interrumpir su tratamiento temporalmente por carencia de fármacos.
No obstante, el mes pasado, la ANP envió una remesa de medicamentos para que el Hospital al Rantisi pudiera retomar tratamientos que se había visto obligado a suspender.
Huda es optimista y está convencida de que vencerá a la enfermedad, aunque su rostro trasluce la preocupación que siente mientras explica que en el último control médico que le practicaron descubrieron que tenía "una masa en la tiroides".