Se calcula que 1,2 millones de habitantes no tienen acceso a agua corriente. Casi toda el agua de Gaza proviene del único acuífero de la Franja, de donde se saca casi tres veces más agua de la que naturalmente repone la lluvia, lo que da lugar a que se filtre agua de mar. La alta salinidad pone a los habitantes en peligro de sufrir cálculos renales y problemas del tracto urinario.
El bloqueo israelí y las ofensivas militares han agravado la situación. Años de conflicto han dañado o destruido gran parte de las instalaciones, incluidos pozos, bombas, plantas desalinizadoras y de tratamiento de aguas residuales. Infraestructura que no se puede reparar, ya que el 70% de los materiales que se necesitan para ello se consideran de “uso-dual” por las autoridades israelíes, lo que les lleva a rechazar o retrasar su entrada alegando problemas de seguridad.
El problema del agua en Gaza nos afecta más de lo que creemos. No en vano, sin instalaciones adecuadas, ni electricidad, cada día se vierten al mar Mediterráneo alrededor de 110 millones de litros de residuos sin tratar, el equivalente a 44 piscinas olímpicas.
Cuando piensa en el mar, MARYAM GALIAH cita unos versos de una oración. El Islam habla de un agua del mar pura y purificante. Un agua en movimiento que se renueva y que, según esta madre de familia de Gaza, “siempre está limpia”. Por eso, y al igual que muchos palestinos de la Franja, se queda tranquila cuando sus siete hijos juegan y se bañan en verano en la playa.
“Además, es su único entretenimiento. En Gaza no tenemos parques o cine”, explica tristemente, sentada en el suelo, descalza, mientras a su alrededor revolotean varios de sus hijos.
Cada día, los gazatíes arrojan al mar más de 100.000 metros cúbicos de agua sucia y materia fecal, según cifras de ONG e ingenieros que trabajan para el sector público. El mar de la Franja está contaminado e incluso sentarse en la playa y jugar con la arena es peligroso porque está llena de parásitos.
Maryam no conoce estos datos, aunque sí es más consciente de la importancia de que sus hijos no beban el agua que sale del oxidado grifo de su casa en Beit Lahia, al norte de la Franja. “Se lo tengo prohibido, pero sé que a veces ellos la beben”, dice esta mujer cuyos padres llegaron a Gaza desde Jaffa, al sur de Tel Aviv, a principios de los años 50.
El agua corriente llega cada dos o a lo sumo tres veces por semana a esta zona de Gaza y entonces hay que llenar los depósitos instalados en el tejado para estar seguros de tener agua para lavarse, cocinar y limpiar en los días venideros. Esos tanques de agua que están sobre las casas forman parte del paisaje de las ciudades palestinas. Todas las familias los tienen debido a la inestabilidad del suministro, que convierte el agua en un bien preciado.
En la casa de los Galiah viven nueve personas. Maryam, su esposo y sus siete hijos. Cuesta llamar casa a este cubículo de paredes de ladrillo desnudas y ventanas sin terminar. Un único espacio hace las veces de salón, comedor, cuarto de juegos y dormitorio. La pobreza es extrema.
Maryam enseña su hogar con aire preocupado y una cierta vergüenza. En la cocina se apilan viejos pucheros y vajilla en desorden. El fregadero no está conectado a ninguna tubería. El agua que sale del grifo cae a un gran balde y de ahí se vuelve a aprovechar para lavar ropa o la casa. En el baño, una manguera indica el lugar donde la familia se lava cuando hay agua de sobra. El inodoro turco, es decir, un agujero en el suelo con dos lugares para apoyar los pies, tampoco funciona bien porque la tubería que conduce la materia fecal está rota.
Malka, la hija mayor de Maryam, de 13 años, ha pasado dos días en el hospital debido a un problema en la piel. Según los médicos, es una reacción que tiene que ver con el agua en mal estado que usa la familia.
Un estudio publicado a finales del año pasado por la organización no gubernamental estadounidense RAND, una institución apolítica que aconseja a gobiernos en materia de políticas públicas, estimó que el 97% del agua que se bebe en Gaza no cumple los estándares internacionales. Además, concluyó que un 26% de las enfermedades en la Franja están provocadas por el agua contaminada y que un 12% de los casos de mortalidad infantil está vinculado con enfermedades intestinales producidas por el consumo de agua en mal estado.
Los habitantes de Gaza disponen de entre 60 y 90 litros de agua per cápita por día, según cálculos del gobierno palestino, una cifra inferior a los 100 litros recomendados por la Organización Mundial de la Salud.
“Pero el problema no es tanto la cantidad sino la calidad”, explica Monther Shoblaq, ingeniero del departamento de recursos hídricos del gobierno palestino en Gaza.
Más del 90% de la población de Gaza está conectada a la red pública de suministro de agua, pero el agua que sale del grifo no se puede beber. Los habitantes de la franja deben comprar el agua potable o recogerla en algunos grifos que las autoridades instalan en varios puntos de la Franja. A menudo, el agua comprada como potable tampoco lo es debido a que ha sido desalinizada por compañías privadas sin todos los controles necesarios y transportada y almacenada en condiciones que no reúnen la higiene necesaria.
Llenar un tanque de 250 litros de agua potable cuesta 10 shequels (2,5 euros), una cantidad que una parte importante de la población no puede siempre permitirse.
“La mayoría del tiempo bebemos el agua que compramos. Pero no siempre tenemos dinero”, admite Maryam. “Pero hoy estamos contentos porque hemos recibido un depósito de agua nuevo”, se felicita mostrando un tanque negro de una capacidad de 250 litros donado por una ONG.
El problema del agua en Gaza está también asociado a las guerras con Israel sufridas en los últimos 10 años, que han dañado el sistema de distribución y han destrozado depósitos y desalinizadoras. Tampoco puede separarse del hecho de que Gaza tiene un suministro eléctrico que ha llegado, en los peores momentos, a dos horas al día.
Actualmente, hay proyectos en curso para aumentar la capacidad de desalinización del acuífero y del agua de mar financiados por la ONU y países extranjeros. Concretamente, tres grandes plantas desalinizadoras en el mar, que llevará entre tres y cinco años construirlas, y otras tres plantas para purificar agua de pozos que podrán estar operativas a finales de 2019.
“El objetivo es que en dos o tres años el 50% de la población de Gaza reciba en casa agua que cumple los estándares internacionales. Todo dependerá de si los materiales pueden entrar correctamente en Gaza en medio del bloqueo israelí”, explica Shoblaq, refiriéndose al severo control de personas y mercancías impuesto por Israel desde 2007, que aísla y empobrece a sus dos millones de habitantes.
En total, en Gaza hay actualmente unas 400 plantas desalinizadoras de diferentes tamaños. Cincuenta de ellas pertenecen a las autoridades y el resto a empresas y también a ONG. UNRWA dispone de nueve desalinizadoras, principalmente en la zona del campo de refugiados de Yabaliya, donde se suministra agua doméstica a unas 60.000 personas.
Madji Barakat, del programa de infraestructuras de UNRWA en Gaza, explica que en sus escuelas y clínicas UNRWA depende del agua suministrada por las autoridades municipales y presta especial atención a clorarla. “En las escuelas, por ejemplo, tenemos mucho cuidado de que los niños se laven las manos a menudo y beban sólo agua embotellada”, cita.
En la lista de asignaturas pendientes de la Franja está también el alcantarillado inexistente o ineficaz que hace que zonas de Gaza se inunden con las lluvias o que no se trasladen ni se traten las aguas residuales. Gracias a la ayuda internacional tres plantas de tratamiento de agua residual están construyéndose en este, pero desde hace dos años la suciedad arrojada al mar de Gaza ya afecta a Israel y a Egipto, según los expertos de la organización RAND.
“En verano salimos en burro desde la casa y mis hijos son felices. Para ellos es como un viaje ir hasta la playa. Nuestro mar es lo más bonito de Gaza ¿No será seguro para ellos? Yo creo que sí”, se pregunta y se responde Maryam sin demasiado convencimiento.