“Lo que sucedió aquellas noches de 1982 provocó constantes preguntas en mi mente: "quién soy", "quiénes somos", la sensación de que los refugiados palestinos no tenemos derechos y podemos morir en cualquier momento”, recuerda Olfat Mahmoud, doctora y refugiada de Palestina de Líbano.
Era el sur de Beirut entre el 16 y el 18 de septiembre hace casi cuarenta años. No existen cifras oficiales sobre el número de víctimas y las heridas siguen abiertas. “Estaba trabajando en el hospital de Acre, en el campamento, durante la masacre de Sabra y Shatila... Pasamos dos noches en el hospital, sabiendo que se estaba produciendo una masacre, sabiendo que como refugiados de Palestina no teníamos protección en caso de ataque”, explica Olfat.
Lo ocurrido en estos campamentos escondidos en el mosaico urbano de Beirut ilustra lo vulnerables que son y han sido los refugiados y refugiadas de Palestina. Recordarlo ayuda a poner el foco en la continua falta de derechos de esta comunidad.
Hoy Shatila —un campamento de refugiados palestinos situado al este de Líbano— como muchos campamentos del país, se enfrenta a una crisis cada vez más grave de pobreza y privaciones. La pandemia de la COVID-19 y la crisis económica de la república libanesa han hecho la vida mucho más difícil para las personas refugiadas, que ya se encontraban entre las más desprotegidas.
Olfat Mahmoud, doctora y refugiada de Palestina de Líbano.
En las últimas décadas, la realidad a la que se enfrenta la población refugiada de Palestina en Líbano apenas ha mejorado. El sueño de regresar a Palestina parece cada vez más lejano mientras las familias intentan sobrevivir en un entorno en el que carecen de derechos políticos, civiles, económicos y sociales básicos.