Si se trae el cansancio por haber recorrido ya parte de Cuba y se ha dejado para el postre el relax, Varadero es la mejor opción para quitárselo de encima. Su nombre ya suena al destello de lo que es: la primera escena de una película con sol, mar y arena fina. Las playas de este enorme balneario cubano son tremendamente famosas, igual que lo son sus aguas cristalinas o las largas caminatas que regala su orilla. Aquí el reloj se queda en la habitación del hotel, el tiempo empieza a medirse en atardeceres, y de pronto todo está servido para darle un abrazo fuerte al Caribe.
La primera imagen que se tiene de Varadero es la de las playas interminables. No dejan de sorprender al verlas, pese a los muchos spoilers que se puedan haber sufrido antes de llegar a este rincón. Con sus más de veinte kilómetros de costa, este paraíso se ha convertido en uno de los destinos más visitados del Caribe, una joya cuyo principal atractivo sigue siendo su belleza natural.
Un gran desafío es elegir bien el hotel. Los resorts ocupan gran parte de las zonas más privilegiadas, y las chanclas apenas hacen falta cuando se sale de la habitación en dirección a la arena. Casi que se pueden quedar allí junto al reloj. Por lo tanto, escoger una opción que encaje bien, tanto por ubicación como por el resto de servicios, puede marcar la diferencia en la experiencia del viajero. Esto lo saben bien en Guamá, la agencia de las agencias de viajes en Cuba. Allí son expertos en organizarlo todo para conseguir que el cliente vuelva diciéndole a sus amigos: #atraveteavivirlo.
El agua de Varadero es cristalina | © Pablo González
El agua es un espejo en el que sumergir los brazos, mirarse las manos y pensar de nuevo y en bucle que el agua es un espejo. La arena blanca refleja la luz y eso intensifica todavía más la cristalinidad. Solo cuando algo de viento aparece, se borra por un instante la tranquilidad, pero solo la de la superficie. Nada logra acabar con la transparencia del Caribe.
El relax es el rey en Varadero. Si pasear se convierte en la dosis de movimiento del día del visitante, este se irá encontrando con tumbonas a lo largo del recorrido, espaciadas entre ellas y más espaciadas aún entre los distintos hoteles, quienes se encargan de montarlas para sus clientes. Tumbarse en una de ellas puede ser otro de los tronos desde el que contemplar este paraje. El descanso absoluto puede tener que ver con esto. Hay quienes le añaden el poder pedir algo frío sin siquiera incorporarse y recibirlo allí mismo.
Hay un momento en el que el Caribe puede dejar de ser protagonista por un instante, aunque lo siga siendo el agua. El Parque Josone es un respiro verde en el corazón de Varadero. Después de disfrutar de las playas, la calma del parque acompaña a seguir adelante en esa huida del cansancio. Este pequeño pulmón verde se encuentra en el centro de la ciudad y se trata de un refugio natural, una zona con una laguna central, senderos rodeados de árboles y ambiente tranquilo. Sus dueños, en la Cuba previa a la revolución, eran José y Ornelia. De la fusión de ambos salió el nombre actual.
Interior de la Mansión Xanadú | © Pablo González
Irénée Du Pont, por otro lado, eligió Varadero para vivir, como tantos otros querrían hacer. Du Pont era un millonario estadounidense, químico y enamorado, como muchos, del turquesa de este tramo de costa. Visitó la isla, le fascinó y decidió mandar construir una casa con todo tipo de lujos en una colina rocosa que se eleva cerca de diez metros frente al mar: la actual Mansión Xanadú.
Hoy la mansión está abierta al público como hotel y restaurante y es el testimonio del turismo de élite que pisaba Cuba en aquella época, en torno al 1930 y posteriores. Conserva la estética de aquellos días en los que un americano abría sus puertas y se chocaba con las vistas más bonitas de esta ciudad del norte de Matanzas.
Atardecer en Varadero | © Pablo González
Entre los tesoros que conserva, hay un órgano Wurlitzer, muy popular en Estados Unidos en los años en los que el prestigioso químico se mudó a la isla. Además de producir música, era capaz de imitar los sonidos de una orquesta completa a través de un sistema eléctrico de tubos. Mantenerlo en funcionamiento sería tremendamente costoso, por lo que no se puede hacer sonar en la actualidad. Aunque sí que se mantiene en muy buen estado y quién sabe si podría estar listo para hacer lo mismo que hizo en su día: sonar desde el sótano, a muy pocos metros de una preciosa bodega, para subir la melodía a toda la mansión, exceptuando la segunda planta, donde se encontraban los huéspedes.
Cenar en una de las mesas redondas de la terraza de la residencia Du Pont es una buena idea; ir pronto para coger el rojo del atardecer conforme se pida la primera bebida, es una elección redonda. La brisa corre y el mar hasta se huele. Como se huele por el resto de la colina o desde la orilla.
Varadero espera con ganas al turista que quiere relajarse, desconectar y ponerse a pensar solo en lo indispensable. Y tiene todo preparado para que un buen abrazo con el Caribe le cargue tanto las pilas que acabe regresando de sus vacaciones con el nivel más alto de batería. Tanta como para que en esos nuevos momentos de vorágine cotidiana aparezca en su cabeza la imagen de este enorme balneario cubano y, frenado en seco por un recuerdo de verano, quiera volver pronto.
Noche en Varadero | © Pablo González