Trinidad y la historia viva de una ciudad congelada en el tiempo

Pablo González Pablo González | 29·mayo·2025
Esta ciudad es Patrimonio de la Humanidad y cautiva con su arquitectura detenida en el tiempo, su pasado ligado al azúcar y su cercanía al Caribe.

Vivió por todo lo alto y sus calles tenían mucha vida, pero acabó en el olvido y de pronto parecía un rincón fantasma. Trinidad fue una de las primeras ciudades coloniales, fundada en 1514 por Diego Velázquez de Cuéllar. Su mejor momento llegó junto al auge de la producción de azúcar, a principios del siglo XIX. Se podía identificar a las familias adineradas por las casas señoriales que construían en las principales avenidas. Sin embargo, unos años más tarde, la guerra de independencia acabó con el funcionamiento de las plantaciones y la ciudad se congeló. Sus calles perdieron el ritmo y se sumergieron en una burbuja, la culpable de que visitarla hoy sea igual que poner un pie en otros tiempos.

Las grandes mansiones quedaron vacías, las calles se hicieron solitarias y Trinidad se quedó, como se dice de ella todavía ahora, detenida en el tiempo. Con el paso de las décadas, y gracias a su conservación como patrimonio histórico, la ciudad logró recuperar su vida. Y sus colores; las fachadas están pintadas de todos ellos sin importar si casan o no entre sí. Fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1988.

Las calles de Trinidad

Las calles de Trinidad | © Pablo González

Es uno de los testimonios más auténticos de la Cuba colonial, con calles empedradas y balcones de hierro forjado. Los turistas se adentran en un ambiente congelado en el tiempo, entre viviendas amarillas, azules, rosas, naranjas y verdes. Hace mucho que la ciudad ya no vive del azúcar, ahora lo hace de los visitantes que se acercan a ver lo que congeló la ausencia de esta.

El Museo Municipal recoge un pedazo de lo que fue Trinidad en aquella época. Es un palacio construido entre 1828 y 1830, y alberga una colección de objetos que permiten conocer cómo era la vida de los trinitarios adinerados: porcelanas francesas, lámparas americanas, camas de bronce talladas en madera y nácar o un suelo de mármol italiano. “Es fundamental entender el contexto de la época para comprender cómo los habitantes disfrutaban de su riqueza”, explica Enriqueta Ramírez, la directora del centro.

Enriqueta Ramírez, directora del Museo Municipal

Enriqueta Ramírez, directora del Museo Municipal | © Pablo González

En lo alto de este rincón, conocido también como Palacio Cantero, se esconde un mirador con unas vistas espectaculares de toda la ciudad. Está en la última planta y la subida, a través de una empinada escalera de madera, no es la mejor opción para quienes combinan algo de apuro con una talla grande de zapato. No obstante, si las circunstancias lo permiten, el ascenso es más que obligatorio.

Palacio Cantero

Palacio Cantero | © Pablo González

Justo allí, Ayala, del País Vasco, aprovecha para sacarse una foto junto a su marido y su hijo. “Sales del caos de La Habana, llegas a Trinidad y todo es tranquilo y muy bien cuidado, en la medida de lo posible. Es una ciudad preciosa”, explica. Esta vasca y los suyos llevan tres días por la zona, y cuenta que se han encontrado con una Cuba muy real, algo en lo que ha influido mucho su forma de alojarse: una de las estancias que los locales pueden alquilar en sus viviendas. Viajes Guamá ofrece esta posibilidad de alojamiento en su web, échale un vistazo y #atreveteavivirlo.

Ayala, junto a su marido y su hijo, se hacen una foto

Ayala, junto a su marido y su hijo, se hacen una foto | © Pablo González

El Palacio de Brunet es otro de esos edificios que reflejan todo el esplendor de la época azucarera. En el pasado perteneció a una de las familias más ricas de Trinidad y hoy acoge el Museo Romántico. En su interior, conserva la cristalería hecha por la empresa del español José Guemía, las ánforas europeas, las lámparas, entre otros objetos de una época anterior. Todo en él refleja la riqueza de los años en los que se vivía del oro blanco que salía del Valle de los Ingenios, también declarado Patrimonio de la Humanidad.

Valle de la hacienda Manaca-Iznaga

Valle de la hacienda Manaca-Iznaga | © Pablo González

Es en este valle donde se encuentra la hacienda Manaca-Iznaga, lugar en el que una torre vigía se levanta a más de cuarenta metros del suelo. Es estrecha y con muchas plantas; a partir de la quinta siempre parece que la siguiente es la última. Desde la cima se vigilaba a los esclavos que trabajaban en las plantaciones de la familia, hoy en día es un mirador a las montañas que rodean el entorno.

Esto es Cuba y la música siempre está presente. Aquí la encontramos en la Casa de la Música, con el son cubano y la salsa. Muy cerca se cuela la trova, género originario de Cuba, con letras poéticas que a menudo hablan de amor o política. Los locales y los turistas se mezclan entre estas actividades, en el centro de Trinidad. Y para los más jóvenes, o para los más enérgicos, asoma un plan que no goza de la música fraguada en la isla, puesto que está bañado en reguetón y electrónica, pero que no puede ser más curioso por su entorno: Disco Ayala, una discoteca en el interior de una cueva. La entrada cuesta cerca de dos euros e incluye una bebida. Es una experiencia muy curiosa que se puede alargar hasta las tres de la madrugada.

Si se elige aguantar hasta el final, una bebida que puede ayudar a recoger energía al día siguiente es la canchánchara, un cóctel con origen en la época colonial. “No es trinitaria, pero se recuperó aquí. Se sirvió originalmente en cocos o guiras y, con el tiempo, se adaptó y comenzó a servirse en tazas de cerámica, porque era más fácil conseguirlas”, explica Rafael García, dueño del bar con el mismo nombre de la bebida.

sí se prepara la canchánchara: el cóctel cubano con origen en la época colonial

Así se prepara la canchánchara: el cóctel cubano con origen en la época colonial | © Pablo González

El local es una de las casas más antiguas de la ciudad, tiene enormes puertas sin bisagras y mantiene losas originarias de Bremen (Alemania) traídas por los barcos como lastre en la época colonial, explica García. La cultura trinitaria también se refleja en la artesanía, particularmente en la alfarería y el bordado. En las calles de Trinidad, los mercados locales permiten que los turistas se lleven productos hechos a mano. Productos como la guayabera, la típica camisa de cuba, un emblema de esta región, de Sancti Spíritus.

Son pocos kilómetros los que separan el centro histórico de Trinidad de Playa Ancón, cerca de unos doce. Este tramo de costa aparece como el broche perfecto para una visita completa a la ciudad, con una franja de arena blanca y el agua tranquila del mar Caribe. Aquí el viajero puede cerrar su paso por Trinidad tirado en una tumbona tras un chapuzón. O simplemente contemplando el atardecer. Es un lugar perfecto para dejar que el tiempo se detenga, como lo ha hecho esta ciudad durante tantos años.

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