No hace falta moverse mucho en La Habana para que empiece la historia. Basta con estar quieto, con quedarse en medio de una de sus plazas y comenzar a girar el cuello para mirar alrededor. A medida que se completa el círculo de grados, uno se da cuenta de que las sombras que le rodean, especialmente las que se dejan caer sobre bancos, protegen a locales sentados, que conversan sin mirarse, con los ojos puestos al frente y las palabras cruzándose en paralelo.
Son muchos, habitualmente en pareja y de carne y hueso. Solo uno de esos binomios no lo es, es una escultura, una del artista Étienne Pirot, que representa la importancia de sortear los tiempos convulsos para lograr detenerse, sentarse y hablar. Y hacerlo despacio, con serenidad. Es de bronce y está plantada en el centro de una plaza, rodeada de turistas que a veces pasean un tanto acelerados, con la cámara colgada y la checklist ardiendo en el bolsillo, deseosos de completar todas las visitas obligadas. La figura se levanta allí de repente y les golpea con un recordatorio: esto es Cuba y el ritmo sí importa.
Estatua de José Martí en el Parque Central de La Habana con el Capitolio de fondo | © Pablo González
Eso de girar el cuello es algo que puede reproducirse en el centro de cualquiera de los espacios. Pasa en el Parque de la Fraternidad. A un lado, el Capitolio. Al otro, el Hotel Inglaterra. A la espalda, el Museo de Bellas Artes. Y al frente, Armando y su amigo, bajo la sombra de un árbol: “Aquí me encuentras siempre”, cuenta el músico —él percusionista y su compañero bajista—. “Siempre menos cuando estamos tocando”, aclara.
La Habana fue la última de las siete villas fundadas en Cuba. Nació oficialmente el 16 de noviembre de 1519, tras celebrar una misa a la sombra de una ceiba. Esa ceiba es todavía un gran símbolo en La Habana, aunque la verdad es que no es exactamente la misma que se ve ahora, la actual fue plantada más tarde. Pero el lugar donde se encuentra sigue siendo el mismo. Allí se construyó El Templete, una pequeña edificación que custodia una obra de Juan Bautista Vermay, artista francés afincado en Cuba y fundador de la primera escuela de pintura de América Latina. Su obra retrata el instante de la fundación, entre capas, sotanas y sol tropical.
Frank Anthony renovando el suelo de madera de la Plaza de Armas | © Pablo González
A unos pasos está la Plaza de Armas. Allí hay un joven que trabaja renovando el único suelo de madera de toda la ciudad. Se llama Frank Anthony y lo hace cada dos o tres semanas, por culpa de la humedad pero también para mantener viva una tradición nacida del capricho: se dice que estos adoquines fueron colocados para no molestar al español que vivía justo allí, en el palacio, a quien le molestaba el ruido de los carros al pasar. Esto es más un se dice que otra cosa. Lo cierto es que es el único suelo de este tipo en La Habana y que el que pudo haberlo pedido era la máxima autoridad colonial en el archipiélago.
Una mezquita discreta rompe por un momento la narrativa colonial a pocos metros de esta superficie. Brahim, que cuida la entrada, explica que en Cuba hay unos 2.500 musulmanes. “A los cubanos les extraña que un cubano se convierta”, dice sonriendo. La comunidad, insiste, nunca ha tenido problemas: “Todo el mundo pregunta, pero con respeto”. Llevan instalados aproximadamente tres años.
En la Plaza de San Francisco de Asís, el rumor del mar se mezcla con una juerga que irrumpe con fuerza desde una de las calles de La Habana Vieja. De pronto, el trombonista, la percusión y el resto de la charanga están rodeados de curiosos y de edificios de piedra clara y balcones de hierro forjado, en un espacio que conserva todavía el aire señorial de cuando era punto de entrada para viajeros y comerciantes que llegaban por el puerto.
El interior de uno de los comercios de La Habana Vieja | © Pablo González
La arquitectura barroca impone su sombra para que puedan seguir dándose muchos otros diálogos, esta vez en la Plaza de la Catedral. Allí tiene un hueco la estatua de Antonio Gades, bailaor español que fue más que un visitante ocasional: era amigo personal de Fidel Castro y fue una figura clave en el puente cultural entre Cuba y España. Ahora descansa en la mayor de las Antillas bajo una lápida decorada con sus zapatos de flamenco.
El Capitolio, visible desde casi cualquier punto del centro, fue construido entre 1926 y 1929. Aquí se encuentra la que ha sido considerada durante muchísimo tiempo como la tercera estatua interior más grande del mundo: La República. Solo superada por el Buda de Japón y el Lincoln Memorial. Y también el kilómetro cero de la Carretera Central de Cuba, marcado por una réplica de diamante de 24 quilates. Todo empieza aquí.
El Capitolio | © Pablo González
Durante años albergó la Academia de Ciencias y luego, tras su restauración, se convirtió en sede de la Asamblea del Poder Popular. En sus salas cuelgan pinturas que recorren la historia del país. Y fuera, a su alrededor, los hoteles históricos: el Inglaterra, el Telégrafo, el Parque Central, y más allá, el Hotel Nacional, escenario de algunos de los episodios más representativos de la isla.
Allí, en 1946, se celebró la peculiar cumbre mafiosa en la que Lucky Luciano, Meyer Lansky y otros tantos sellaron alianzas mientras sonaban hielos en los vasos. En este hotel es curioso que las fotos de visitantes ilustres mezclen personalidades tan diversas como las de Churchill, Benedetti o Gary Cooper, con las de Imanol Arias o Santiago Segura ―hay muchísimos otros españoles en la lista, como Pau Casals o Marisa Paredes―. Todas ellas adornan las paredes del hotel para que los visitantes sepan qué historias han reposado en estos colchones. Y conocerlas es algo sencillo con Viajes Guamá: #atreveteavivirlo.
Cerca del Malecón, subiendo unas escaleras que no dan a ningún letrero, Ángel vive justo encima de uno de esos puntos que pocas veces abandona la checklist: la Bodeguita del Medio. Su familia lleva más de 60 años allí: su padre, su madre, su tío, ahora su hermana y su sobrino. “Aquí todos los días hay música, sin ella no habría ambiente”, dice desde su balcón mientras se hace imposible evitar que se cuele un ligero reguero de salsa. Su casa, más que modesta, nunca está en silencio. “Lo peor de otros sitios que no son este es que todo es más aburrido”, bromea. Debajo de su balcón, decenas de viajeros disfrutan con mojitos, daiquiris y cubalibres.
La Bodeguita del Medio | © Pablo González
Ángel vive justo encima de la Bodeguita del Medio | © Pablo González
Es lo que apetece tener en la mano cuando Cuba aprieta el botón del ritmo. En este trozo de tierra esconden ese secreto preciado que logra activar el interruptor que conecta con los pies, y que a los más vergonzosos tan solo les mueve la punta con pequeños golpes que marcan la tónica, todavía sentados, y al resto les levanta para moverse con la destreza que tengan, sea la que sea.
El sexteto Espacio 6, que revuelve las calles de La Habana desde el parque histórico militar Morro-Cabaña | © Pablo González
Lo de la música en Cuba no tiene nombre. La encuentras en todas partes, en todos lados. Es el mejor postre de cualquier carta preparada para el visitante. Espacio 6 es el nombre de un sexteto que revuelve las calles de La Habana desde el parque histórico militar Morro-Cabaña. Lo hace con canciones de Bellavista, de Polo Montañés o de Compay Segundo. “La música es la demostración de la alegría del cubano”, dice Manuel Rondón, director del grupo que lleva 25 años sonando entre La Habana y Varadero. “Hay gente que viene estresada de su país, pero llegan, se chocan con la música y rejuvenecen”.
Mirta pasea frente al Museo del Tabaco | © Pablo González
En una calle, frente al Museo del Tabaco, pasea Mirta, jubilada, con dos hijos y natural de Holguín, un municipio de la parte oriental del país. No se puede sonreír más que ella cuando un bastón sujeta todo el peso de la edad. Junto a Mirta, dos trabajadores reparan una vivienda y colocan la conocida como placa cubana, un revestimiento de piedra utilizado habitualmente en las casas coloniales para evitar que el agua se filtre.
Cuando el día se alarga, se agradece una caldosa, una sopa espesa y casera que en Ferminia, donde no dejan de sucederse temas como Dos Gardenias, Chan Chan o El Cuarto de Tula, se sirve con pollo, malanga, ají y pimiento. Un plato que regala tanta energía que pone a cualquiera a pensar dónde gastarla.
Tropicana guarda un espectáculo en la manga para el momento de la noche. Los supervivientes del daiquiri diurno, encuentran aquí todo un show de luces, plumas y cuerpos que se mueven como si fueran parte del viento caribeño. Esos tipos que meneaban el vaso con misterio y malas ideas en el Hotel Nacional, también pisaban este rincón, el cabaret al aire libre más grande de Latinoamérica.
Y si la sopa logra conservar la batería en el cuerpo, también si ya se ha agotado, El Malecón tiene un plan perfecto: allí están los que pescan, los que miran el mar, los que tocan un instrumento o los que bailan con el instrumento que otros tocan. Por supuesto, también los que tan solo tienen los ojos puestos al frente y lanzan palabras que se cruzan en paralelo, porque aquello es el sofá de La Habana y allí también saben de la importancia de sortear los tiempos convulsos para lograr detenerse, sentarse y conversar.