Ahmad tan solo era un bebé cuando vivió su primera guerra. La segunda le dejó huella perdiendo parte de su cuerpo. La tercera arrasó su hogar. Esta última fue una de las ofensivas más sangrientas y destructivas que se han producido sobre Gaza. Se prolongó durante 50 días y las consecuencias fueron devastadoras: murieron 2.251 personas, incluidos 551 niños y niñas. Entre las 1.462 personas civiles heridas, 3.436 eran niños y niñas como Ahmad. 142.071 hogares fueron dañados o destruidos.
La población infantil en Gaza sufre y enfrenta esta trágica situación y obliga a que uno de cada cuatro menores necesite atención psicosocial.
La Franja de Gaza cuenta con una densidad de población de 5.000 habitantes por kilómetro cuadrado, una de las más altas del mundo. La falta de terreno para nuevas infraestructuras dibuja un paisaje de callejuelas estrechas y edificaciones que aumentan en altura. Ahmad está entre el 42,6% de la población de Gaza que tiene menos de 14 años. Esto significa que casi la mitad de la población de Gaza la forman niños y niñas y que, todos ellos, han vivido más de lo que deberían haber vivido. Algunos de ellos, como Ahmad, cargan con tres guerras a sus espaldas.
Además del conflicto armado, la población de Gaza se enfrenta al bloqueo por tierra, mar y aire impuesto por la Autoridad israelí. Para salir de esta zona sitiada es necesario el permiso de Israel para acceder a Cisjordania, Jerusalén Este o Jordania; o bien, un visado expedido por Egipto, que permite cruzar el paso fronterizo, controlado por El Cairo. Es un trámite lleno de obstáculos que no siempre se logra, o llega tarde, y que afecta especialmente a los heridos o enfermos que necesitan un tratamiento al otro lado del cerco. Según la Organización Mundial de la Salud, entre enero y junio de 2018, solo se aprobaron el 60% del total de las solicitudes por razones médicas.
La población de la franja de Gaza, ahogada por el bloqueo, sufre además una importante escasez de recursos básicos. Una situación que ha empeorado desde la ofensiva israelí en 2014 sobre Gaza, donde el 97% del agua no es apta para el consumo humano.
El acceso a la electricidad también es otro reto cotidiano, con cortes de luz que llegan a durar 20 horas diarias. Sin electricidad, los servicios de saneamiento no funcionan; tampoco lo hacen las máquinas hospitalarias, poniendo en riesgo la vida de miles de pacientes que dependen de ellos para sobrevivir. Quienes necesitan continuar su tratamiento al otro lado de la franja tampoco lo tienen fácil, pues están supeditados a que Israel les conceda un permiso para salir. Una petición que muchas veces es denegada o llega demasiado tarde. Sólo en 2017 murieron 56 personas que estaban a la espera de conseguir este permiso.
Los años de conflicto y el bloqueo han dejado a las personas gazatíes, mayores y pequeños, al borde de la desesperación. La mayor parte de los ciudadanos depende de la ayuda humanitaria, no puede intercambiar productos y servicios, ni entrar o salir libremente de la Franja; una situación que ha impulsado una serie de protestas denominadas como la “Gran Marcha del Retorno”. La primera de ellas tuvo lugar el 30 de marzo de 2018, cuando cientos de palestinos y palestinas se reunieron en las proximidades de la valla israelí que delimita Gaza, en protesta contra la ocupación y el bloqueo y reclamando el derecho de los refugiados palestinos al retorno.
Las manifestaciones no tardaron en ser reprimidas violentamente por las fuerzas israelíes: hasta la fecha, casi 23.000 personas han sido heridas y 217 asesinadas, de las cuales, 40 eran niños y niñas, entre los que se encontraban 13 alumnos de las escuelas de la Agencia de la ONU para los refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA) en Gaza.
El nombre de Razan Najjar aparece entre las víctimas mortales tras recibir un disparo de soldados israelíes, mientras atendía como voluntaria médica a otros manifestantes heridos.
“Perder a Razan me dio fuerza y me hizo estar dispuesta a sacrificar mi vida para hacer mi trabajo”, explica Shoroq Okasha, una joven de 27 años que, a través de la Media Luna Roja Palestina o de manera independiente, es voluntaria de primeros auxilios y atiende a quienes resultan maltrechos cerca del campamento militar de Abu Safiya.
Es psicóloga y eso le permite apoyar a los heridos, especialmente a quienes se exponen a la inhalación de gases lacrimógenos y que conduce a la pérdida de conciencia. Sabe la importancia de coger las manos para trasmitir su disposición a ayudar y calmarles, particularmente cuando se trata de niños y niñas aterrorizados.
“Siempre pienso en el estado psicológico de los heridos. Cómo aceptarán su nueva situación y cuánto dolor tendrán que soportar”, reflexiona Shoroq, para quien “el significado de la vida, radica en poder ayudar a las personas”.
La labor que la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA) desempeña en Gaza es de especial interés para la población infantil. La Agencia gestiona 275 escuelas a las que acuden 271.900 estudiantes. Y 143.000 niños y niñas refugiadas de Palestina disfrutan de las actividades de verano que se organizan en estos centros.
Asimismo, proporciona ayuda alimentaria a casi un millón de personas y 4.492 familias reciben subsidios de alquiler.