• Cuchillería Luna

    El afilador que mantiene un oficio indispensable para los grandes chefs

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EXPERTOS EN PROXIMIDAD

El afilador que mantiene un oficio indispensable para los grandes chefs

Texto y vídeo: Prodigioso Volcán | 6·noviembre·2024
Un pequeño local en el corazón de Atocha, en Madrid, cuenta con un impresionante reclamo desde el escaparate: decenas de cuchillos de todos los tamaños. Su artífice es Mario Fernández, comerciante que regenta Cuchillería Luna, un negocio de proximidad por donde han pasado desde los restaurantes de la cadena Grupo Oter hasta los cocineros de Los 33, el local de moda en la capital, para devolver la vida a una de las herramientas indispensables para la cocina

Los que más saben de cocina lo tienen muy claro: un buen cuchillo no es sólo una hoja de hierro abrazada a un mango. Es la principal herramienta de trabajo con la que planifican sus creaciones gastronómicas. Y sucede igual que en una Harley-Davidson: sus materiales lo son todo. Porque bien cuidados pueden durar muchas décadas. Muchas. Eso sí, para ello se necesita del mantenimiento de una mano experta como la que se encuentra en negocios de proximidad como Cuchillería Luna.

La historia de este negocio, ubicado en el Mercado de Antón Martín, en Madrid, refleja esa pasión de hacer las cosas con el cariño que merecen. Su dueño, Mario Fernández Luna, lo lleva aplicando desde hace 25 años como el último eslabón de cuatro generaciones. En concreto, este negocio lleva en funcionamiento desde hace ochenta años. Que se dice pronto. Recuerda este comerciante de 51 años, al que le quedan todavía “muchos años” para jubilarse, que heredó sus primeras piedras de afilar de su tío. Y esa tradición la ha mantenido desde esta pequeña tienda, que se ha convertido en una ventana hacia la destreza artesanal.

Antes, este oficio se necesitaba más. Se trabajaba de lunes a domingo. Si paraban era porque querían

Mario Fernández Luna

Un carro tirado por un caballo como origen

De chaval aprendiz a maestro

Este negocio familiar lo comenzó su tío, que iba con un carro tirado por un caballo. Por entonces, aquellos oficios eran muy necesarios. Y los que se dedicaban a ello eran grandes relaciones públicas: trataban de salir al paso de las necesidades de las personas, acercándose a sus barrios y casas, ofreciéndose y buscando al cliente casi a puerta fría. El fundador del negocio bajaba con una rudimentaria máquina de pedal (de las que todavía hoy en día se pueden ver en algunos pueblos de España) para ejercer su labor de afilador. “Antes, este oficio se necesitaba más. Se trabajaba de lunes a domingo. Si paraban era porque querían”, asume este experto en proximidad.

Su tío—recuerda—iba recogiendo los utensilios por los mercados, las tiendas y los particulares, lo que le permitió amasar un valioso conocimiento. De golpe y porrazo dio el paso necesario para poner en práctica aquellas experiencias adquiridas durante esos momentos de aprendiz. Ese familiar cercano, de quien Mario heredó el negocio, era el típico chaval que ayudaba al maestro. Y aprender el oficio era una labor basada en la constancia. Así que, observando cada día y fijándose en cómo se hacían las cosas, tomó las riendas de un comercio desde donde él, todavía, sigue sacando brillo y filo con una maestría artesanal impecable.

De toda la vida el comercio ha sido trabajar mucho. Se puede vivir de ello, mejor o peor, pero hay que trabajar muchas horas

Mario Fernández Luna

Ya con veinte años, Mario iba con una “furgonetilla” con una máquina similar a la que cuenta en su local. Ese toque familiar del negocio llevó a que su hermano, incluso, empezara a trabajar “nada más salir de la mili”. A lo largo de su trayectoria, Mario ha podido observar los cambios significativos que ha experimentado la zona, que ha pasado de albergar comercios tradicionales y tiendas de alimentación a tener una gran concentración de locales de restauración y negocios dirigidos al turismo. Así vive el barrio en la actualidad. El comercio, sin embargo, ha tenido que adaptarse a estas transformaciones, manteniendo una red de colaboración con restaurantes locales. Esta es una de las razones por las que este comercio ha sido clave.

Lo que más recuerda Mario es que no ha parado de trabajar en todos estos años. Y eso es positivo, ya que le ha permitido que el local se mantenga abierto. Hombre cercano y de mirada afilada, ha sacado adelante este negocio a base de sacrificio, como tantos otros comerciantes de proximidad. “De toda la vida el comercio ha sido trabajar mucho. Se puede vivir de ello, mejor o peor, pero hay que trabajar muchas horas”. La conclusión es que es estar —y no es un juego de palabras— a machete, dando siempre el callo para poder mantener la clientela.

Llegamos ahora hasta el tiempo presente, donde los barrios, es cierto, han cambiado. Donde a veces los viandantes solo están de paso. Pero, luego, resulta que este experto en proximidad se presta a ayudar a sus vecinos cuando la necesidad apremia. Y eso no tiene precio. “Esta mañana, a un vecino le he arreglado una cerradura que estaba trabada”. A través de estos negocios se realiza, como él mismo reconoce, una importante labor de barrio, tanto que incluso le recoge los paquetes que reciben sus amigos —“y eso que a veces son más grandes que la tienda”—.

Mantener la herramienta principal de trabajo de chefs de prestigio

La clave está en la especialización

Esta zona madrileña impregna un sabor especial al negocio, ya que, junto con Malasaña o Lavapiés, es una de las más castizas de la capital. Eso ha permitido que se mantenga una intensa vida de barrio donde todos se conocen. “Lo mío no tiene prácticamente competencia”, insiste. “Hay más afiladores, pero que tengan un puesto fijo y horario de comercio, pocos”. La clave está en la especialización. “Mi antecesor estaba especializado en carnicerías. Pero ahora casi todo lo que hago son bares y restaurantes, y hay que darles un trato distinto”.

Porque desde el número 4 de la Calle Duque de Fernán Núñez la vida se ve distinta. Mario recuerda también que antes prácticamente todo el trabajo que había provenía de pequeñas tiendas —“y algún restaurante”—. Ahora se le ha dado la vuelta a la tortilla: menos particulares y muchos más locales de restauración. Pero, como consecuencia de este nuevo modelo de convivencia, ha podido ser un eslabón imprescindible dentro de esa cadena de valor. Y lo ha conseguido gracias a su pericia a la hora de mantener una de las herramientas imprescindibles de los cocineros: los cuchillos.

Si quieres subsistir en un negocio de cara al público tienes que hablar, meterte en la piel de la persona que viene

Mario Fernández Luna

Tanto es así que, por su pequeño comercio, han desfilado importantes chefs de la gastronomía nacional, como el afamado chef Samy Alí, que cuenta con una estrella Michelin —Doppelgänger—, los locales de restauración del Grupo Oter o los profesionales de Los 33, uno de los restaurantes de moda en la capital por el que hacen cola para probar su célebre sándwich mixto. “Necesitan que todas las cosas que preparan a sus comensales queden bien”. Pero no solo eso, la pequeña Cuchillería Luna ha ganado también renombre por el hecho de haber trabajado para la Casa Real de Tapices.

Precisamente, ante ese auge de la gastronomía española, Cuchillería Luna ha podido revivir un interés por este oficio que desafía este tiempo repleto de tecnología y robotización. “Casi todos los profesionales de la cocina saben mantener ellos mismos sus propios cuchillos, pero llega un momento en que, por falta de tiempo, no pueden. No es lo mismo que me los traigan a mí, que les hago un vaciado en condiciones, y que luego solo tienen que repasarlos. Pasan de cortar bien una semana a un mes”.

Cercanía y proximidad para mantener una clientela “familiar”

Muchas personas desean recuperar algunos de los recuerdos de sus abuelos

A pesar de los desafíos modernos y la falta de interés entre los más jóvenes hacia este antiguo oficio, la dedicación de Mario se ha mantenido intacta. Por ejemplo, su hábito diario, que va desde la atención al cliente hasta ir a recoger (y entregar) los pedidos, es una muestra de su habilidad para afilar hasta 100 cuchillos al día, unos 12 cuchillos a la hora, ahí es nada. Sus clientes, reconoce, se dan cuenta enseguida de que, gracias a un cuchillo afilado, sus creaciones van a ser de mayor calidad. “En la cocina no es lo mismo que con un corte de jamón se llene un plato que hacerlo finito, porque le vas a ganar más dinero. Está además más rico y es más ágil. Cuanto más rápido corten, antes se preparan los platos. Por mucho que tengas preparada la cocina, siempre hay tareas que hay que hacer al momento”.

Además de cocineros profesionales, su destreza para devolverle la vida a antiguos cuchillos le ha ayudado también a que acudan a su local muchas personas que desean recuperar algunos de los recuerdos de sus abuelos. Y él, sin cortarse un pelo, lo consigue. “Viene mucha gente con miedo a que se los vayan a destrozar, pero en cuanto prueban uno bien afilado no pueden volver atrás. Por muy bien que se les dé mantenerlo, al final tienen que venir. Y cuando lo hacen, son clientes fieles. No se dan cuenta de cómo corta un cuchillo malo hasta que lo afilan”.

Viene mucha gente con miedo a que se los van a destrozar. En cuanto prueban uno bien afilado no pueden volver atrás

Mario Fernández Luna

Esa clientela fiel, precisamente, es una de las fuerzas del comercio pequeño. Es lo que le confiere identidad a los barrios. ¿Cuál es el secreto para conseguirlo? Difícil respuesta, pero Mario Fernández Luna asume que, aunque es algo mágico que no se puede descifrar, lo más probable es que se deba al hecho de “hacer un buen trabajo y tratar a la gente como mejor se pueda”. Y de eso sabe mucho. Cuando empezó con el oficio se mostraba muy retraído. Apenas hablaba con la gente. Mucha gente que le conoce desmonta esa personalidad porque “no se calla ni debajo del agua”. “Si quieres subsistir en un negocio de cara al público tienes que hablar, meterte en la piel de la persona que viene, que es muy difícil porque hay veces que tienes que actuar casi de psicólogo”, asume.

Esa cercanía y proximidad es lo que nutre, precisamente, al barrio. Esa diversidad puede favorecer a una ciudad globalizada como Madrid a sacar provecho de oficios que ayudan a los demás. Ese sentir se refleja, incluso, durante el momento de la entrevista en la que saluda, por su nombre (“hasta luego, Ismael”) a un viandante. “Te tienes que adaptar. Antes tenía en el escaparate productos más baratos, pero poco a poco voy mostrando cosas más caras, como cuchillos de 500 euros, que le encantan a mucha gente. Pero hay que especializarse”.

Para desempeñar este oficio se necesita una máquina de afilar, pero el tesoro de su ancestral oficio revive en un elemento que casi pasa desapercibido al cliente: las piedras. Esos materiales permiten que, a través de un movimiento continuo, pueda sacarle el filo necesario al cuchillo. Eso sí, no vale cualquiera. “No son piedras normales. Se piden a medida. Les digo el diámetro, el tipo de grano, la dureza, a qué velocidad va a girar”. Dependiendo de la carga de trabajo y el uso que le den, hay veces que duran varios meses (“hasta un año a veces”). A mitad de uso se tienen que cambiar. Y no son especialmente baratas, puesto que hay que asumir un costo de unos 700 euros por cada pieza. Una inversión, sin embargo, que le permite mantener activo su negocio desde hace varias décadas. Y que siga ahí, sacándole punta al comercio de proximidad.

Expertos en proximidad

Ser transparente y cercano son algunos de los valores más importantes de las personas. Valores que comparten todos los expertos que forman parte de esta serie de historias y que, de igual manera, forman parte del ADN de empresas como Banco Sabadell, que entiende así su manera de relacionarse con las personas. La proximidad y la cercanía son las grandes cualidades que ponen en práctica cada día. Y lo que les hace únicos. Descubre a las personas que están detrás de esta manera de entender el mundo.

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