El aumento del precio de la comida y del combustible en países del África subsahariana empeoran la calidad de vida de sus habitantes. Víctimas de enfermedades olvidadas, ahora se enfrentan a una situación de desamparo que puede agravar la situación de una población castigada.
Andrea Menéndez Faya · 30 de junio de 2022
Kodjo tiene 11 años y vive en Davié, una ciudad a 50 kilómetros de Lomé, la capital de Togo. En la Escuela Elemental han puesto una consulta improvisada de dermatología y está esperando a que vean unas marcas sospechosas que le han salido en los brazos y en la espalda. Affoh Essoazina coordina esta consulta ambulante y es el responsable de la campaña promovida por el Ministerio de Sanidad del país para la detección de enfermedades olvidadas como el pian, la úlcera de Buruli o la lepra.
Un test rápido, una gota de sangre en una tira reactiva y cinco minutos para un diagnóstico son suficientes para detectar casos. A Kodjo le han cogido una muestra para verificar si tiene pian o no. En caso de dar positivo, una dosis de azitromicina bastará para que la bacteria no corroa los huesos y articulaciones causando discapacidad. Junto a Kodjo, otros 400 niños y niñas y 50 adultos pasan revisión. Finalmente, se detectan tres posibles casos de pian. El primer paso es detectarlos y monitorizarlos, a la espera de una segunda consulta.
Para llegar a Davié desde el puerto de Lomé, hay una carretera asfaltada, la N-1 que atraviesa todo el país hasta llegar a Burkina Faso, por la que circulan coches, motos y camiones peligrosamente sobrecargados. Son 50 kilómetros, pero se tarda dos horas en llegar. Otras dos de vuelta. También al día siguiente. Y así, cinco días a la semana.
El aumento del precio de la gasolina hace que este servicio tan necesario para la población vulnerable, víctima de enfermedades olvidadas por el resto del mundo, sea demasiado costoso. El litro de gasolina está ya por encima de los 600 CFA, unos 90 céntimos de euro. Si esto ya causa un trastorno en el día a día de las familias y profesionales de Togo, en el caso de Affoh, no poder pagar la gasolina tiene el efecto colateral de no poder recorrer los colegios a tiempo de detectar enfermedades y sus consecuencias.
Enfermedades y salud olvidadas
Fundación Anesvad trabaja en Benín, Costa de Marfil, Ghana y Togo combatiendo 4 Enfermedades Tropicales Desatendidas (ETD): la filariasis linfática, la lepra, el pian y la úlcera de Buruli. La experiencia tras la COVID-19 ha puesto sobre la mesa lo que ocurre cuando no todo el mundo puede acceder a tiempo a los servicios de salud, vacunas y medicación. Pero es algo que la población más vulnerable de África ya sabía.
El contexto social importa. Las ETD reflejan la desigualdad y la falta de acceso a unos estándares de salud y vida: cuantos menos recursos tiene una población, más expuesta está a sufrir este tipo de enfermedades. Las ETD son un grupo de enfermedades que afectan a más de mil millones de personas en todo el mundo, especialmente a quienes viven en situaciones de pobreza, en áreas tropicales, zonas de conflicto, o donde escasea el acceso a servicios de salud, agua potable y saneamiento. Se cumple el ciclo pobreza-enfermedad-pobreza. Hablamos de enfermedades olvidadas, pero hay que hablar también de salud olvidada.
Desigualdad y falta de acceso
Pero el problema no termina en la detección, sino en el incremento del coste para las expediciones en búsqueda de nuevos pacientes. Una vez en el hospital, nos volvemos a encontrar con las consecuencias de la guerra de Ucrania en la subida de productos básicos: “A mediados de mes el saco de 25 kg de trigo que reciben los pacientes ya está casi acabado, es su único sustento” dice Piten Ebèkalisaï, el asistente médico responsable del pabellón de úlcera de Buruli que está situado al final del Hospital de Tsévié, en la Región Marítima de Togo. La unidad se sitúa al final del Hospital, allí donde no va nadie.
Aquí, los pacientes reciben un pequeño sustento alimenticio gracias al Programa Nacional de Lucha contra las ETD del gobierno togolés, financiado por Fundación Anesvad y la ONG alemana DAHW. El resto de pacientes dependen exclusivamente de sus familiares y amigos para comer, como sucede en la mayoría de hospitales de todo África subsahariana. Algo que, en momentos de crisis e inflación como el que estamos viviendo, causa un problema grave: una boca más que alimentar, y una mano de obra menos para sobrevivir.
El nuevo coste de la vida en estos países enquista una situación ya grave de por sí. Sin gasolina, no se puede llegar a tiempo a tratar a los enfermos. Cuando se llega, y se deriva al hospital, apenas pueden comer porque no hay dinero para suministrarles comida. Sus familiares tienen que asumir ese gasto extra, pero también tienen que desplazarse al hospital. El bucle dañino repercute en su situación económica, y esa situación económica en más enfermedades. El trabajo de Fundación Anesvad se orienta a que puedan salir adelante, asimilar los tratamientos antibióticos, y asegurarles, al menos, una comida completa al día. Y esto se antoja cada vez más complicado.
Mientras la situación en Ucrania se alarga, la vida en hospitales como el de Tsévié sigue su curso. Comprarán sacos de trigo a un precio 181% mayor que el año pasado, lo suministrarán como puedan, y sus ambulancias intentarán llegar con el coste de la gasolina disparado a por nuevos pacientes. Affoh Essoazina y su equipo intentarán llegar a tiempo a las consultas de las escuelas para que las consecuencias de estas enfermedades olvidadas no hayan hecho estragos en las niñas y niños que deberán sacar mañana el país adelante.