MARISA cuenta hoy con aplomo sus interminables años en el colegio e instituto. Las vejaciones por su físico, los insultos, las agresiones físicas. La incomprensión. ¿Por qué me pasa esto? Hoy tiene algunas respuestas. “El acoso escolar no tiene una lógica, un desencadenante”, advierte. “No lo busquen. Se debe al vacío de valores de esta sociedad”, ha concluido según su experiencia.
Tuvo que llegar a esa conclusión a las malas. “El acoso ha sido una constante en mi vida, no tiene un tiempo de inicio y final. Siempre me ha acompañado, incluso en la guardería, cuando decían que era cosa de niños”, recuerda.
ANDREA HENRÍQUEZ sí sabe cuándo empezó: el día que su mejor amiga en el colegio al que acababa de llegar (tenía 11 años) se pasó a otro grupo de chicas. “Empezó a usar todo lo que sabía de mí contra mí. Y era mucho, porque era mi mejor amiga”, cuenta. “Un día me empezaron a llamar 'muñeca de plástico' y ya no pararon. Todos los días insultos, apodos, canciones que todavía hoy recuerdo... cualquier cosa que se les ocurriera. Un día una niña tenía una camiseta con insultos hacia mí impresos. Eran ella y otras veinte, y estaban repartiendo más. Ahí fue cuando todo explotó”.
El caso de Andrea sucedió en Ecuador. Esta es otra de las características del acoso escolar: no es un problema de un país o una región, se da por igual en todas partes. Otra es que, con la llegada de redes sociales, tampoco descansa. “En la época en la que yo lo sufrí estaban de moda Facebook y Messenger. Yo llegaba a casa, me conectaba y encontraba mensajes de todo tipo: 'Te odiamos', me decía toda una generación”.
Igual que no tiene una lógica o no distingue entre lugares, el acoso tampoco sabe de edades. Para YAIZA empezó con ocho años. “Llegué nueva al colegio y no debía caerle bien a ciertas personas o algo, porque empezaron a pegarme, a insultarme. En el patio, en clase, en los pasillos... donde les pillara. Yo siempre me sentaba en el mismo sitio en el patio, me rodeaban en círculo y me empezaban a decir cosas”, afirma.
EDGAR recuerda los inicios un poco antes todavía, con siete años. En su caso sí sabe por qué empezó. “Yo era el diferente. No me gustaba el fútbol, como a los demás. Me dejaban siempre aparte, como si fuera un bicho raro. En el colegio estaba solo siempre”, explica. Un caso típico de acoso psicológico en vez de físico.
Y este es peligroso, porque no deja marcas visibles. “A veces no es muy evidente lo que pasa”, explica Marisa. “No te enteras porque no todo son los golpes. El acoso puede ser un mensaje de texto, puede ser que tu hijo te diga de repente que no quiere ir a ese colegio más, que le cambies. Esto puede ser un signo de alarma. Que deje de comer, que cambie su forma de ser, que se ponga irascible a ciertos comentarios. Todo esto puede ser una muestra de que tu hijo está sufriendo bullying”, advierte Marisa.
El acoso va haciendo mella. “Cada vez era más chiquitita”, recuerda Marisa. “Toda una vida soportando malos tratos hacía que no tuviera confianza en mí, que no quisiera ir a la escuela. En mi cabeza no cabía absolutamente nada más que lo que estaba pasando”. Edgar explica que para él “el único momento feliz era cuando estaba en casa, con mi familia”. Yaiza, que hoy tiene 13 años, reconoce que ahora ya ha “superado” el acoso, “pero llega un punto en el que te están llamado 'fea' y diciendo que hueles mal y te lo crees. Hasta hace poco me venían imágenes o recuerdos de repente y me ponía a llorar”. Andrea también mira hacia delante con optimismo: “Con el tiempo encontré la paz”.
Pero Marisa recalca la importancia de los apoyos. “No le culpes [a tu hijo] cuando saque malas notas, no le digas que no ha estudiado suficiente. Intenta comprenderle y ponerte en su lugar”. Esta exacosada cierra con una reflexión: “La escuela debería enseñar esos valores de inclusión, lo positivo de la diferencia, que no hay una persona igual a otra y que todos somos distintos y cada uno tiene su potencial. Tenemos que convivir, tenemos que respetarnos. Así es como podríamos hacer desaparecer el bullying”.