Han pasado ya casi tres años desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declarara la pandemia por COVID-19. Desde entonces, el virus SARS-CoV-2 ha infectado a más de 636 millones de personas en todo el mundo, y aún no ha terminado la pandemia. De hecho, en la última ola, durante diciembre de 2022, se detectaron más de 44 millones de infecciones en el mundo.
No hay señales de que el virus vaya a desaparecer pronto ya que todo apunta a que la infección por SARS-CoV-2 podría convertirse en endémica, es decir, que afecte de manera permanente o en determinadas épocas del año, como ocurre con la gripe. Y, aunque ya nos aferramos a la esperanza de que el daño que pueda causar disminuya, es fundamental que la investigación no cese, sobre todo para aportar más respuestas a las personas que, por su situación médica, son más vulnerables al virus y sus consecuencias.
Por ello, desde el inicio de la pandemia, la compañía biofarmacéutica GSK trabaja para desarrollar soluciones a las cuestiones presentes y futuras que plantea aún la COVID-19. Porque, más allá de las vacunas, contar con un adecuado arsenal terapéutico completo pasa por tener todo lo necesario para tratar la enfermedad, especialmente en los casos de personas que son más vulnerables a desarrollar formas graves de la enfermedad.
Durante todo el camino recorrido, el virus ha retado a los investigadores con una gran cantidad de sorpresas y verdaderos desafíos, como la rapidez con la que evoluciona o la gravedad tan dispar con la que afecta a los pacientes.
El SARS-CoV-2 tiene una capacidad de propagación más rápida que otros virus respiratorios, y una de las causas que se asocian a esta rapidez es su alta capacidad de infección. Durante estos casi tres años, la rapidez con la que el virus ha evolucionado ha demostrado también de lo que ha sido capaz de realizar la investigación.
Se han producido grandes avances, como la secuenciación del virus hecha en tiempo récord y que ha permitido la investigación y desarrollo de medidas de prevención, como las vacunas, basadas en tecnologías novedosas como el ARN mensajero, y los tratamientos, para evitar la progresión de la COVID-19.
Gracias a todos estos avances, actualmente contamos con la aprobación de la Agencia Europea del Medicamento (EMA) de varias vacunas y distintos medicamentos con los que aplacar un virus que hace muy poco era desconocido. A pesar de ello, todavía queda mucho más por hacer.
Como admite Manuel Arellanos, vicepresidente de la Federación Nacional de Asociaciones para la lucha contra enfermedades del riñón (ALCER), vicepresidente de la Plataforma de Organización de Pacientes (PoP), presidente de ALCER Navarra y miembro de la Junta Directiva del Foro Europeo de Pacientes, “Con el tiempo hemos visto que la investigación y la evidencia científica nos ha aportado seguridad clínica a los pacientes”.
No solo es destacable el desarrollo de las distintas alternativas de vacunación, sino también los “diversos estudios y ensayos clínicos que continúan en curso, que han permitido la selección de tratamientos efectivos en el contexto de pacientes hematológicos con mayor susceptibilidad a la infección, como los antitrombóticos, antivirales y anticuerpos monoclonales”, reconoce también el doctor Sergio Pinzón, hematólogo en el Hospital del Mar, en Barcelona.
En un estudio de consenso publicado en Nature, más de 180 organizaciones de 72 países han respaldado conclusiones como la que considera que, debido a que la transmisión comunitaria del SARS-CoV-2 continúa presentando un riesgo para los sistemas de salud, se debe mantener viva una vigilancia virológica extensiva con el fin de ir despejando incertidumbres actuales sobre la prevalencia, la gravedad o la duración de la morbilidad posterior a la COVID-19.
Todavía queda mucho por investigar sobre el SARS-CoV-2, sobre todo para las personas que continúan estando en riesgo, pacientes vulnerables como enfermos renales, trasplantados, pacientes hematológicos o inmunocomprometidos, entre otros, que no responden de manera adecuada a las vacunas y para los que es muy importante contar con herramientas terapéuticas para evitar complicaciones.
Para estas personas, la pandemia sigue y, por tanto, la investigación no puede quedarse atrás, debe continuar para dar, por ejemplo, con posibles problemas de seguridad, mecanismos de acción que aún no se conocen o nuevas indicaciones. Para Arellanos, que habla también en primera persona como persona trasplantada, “la investigación y la información a profesionales y pacientes es clave para el concepto de transparencia, para que no haya los niveles de miedo que hemos vivido”.
En el caso de los pacientes con hemopatías malignas que, según Pinzón, siguen siendo uno de los grupos con mayor susceptibilidad a la infección, es imprescindible seguir profundizando en el “continuo estudio y desarrollo y selección de tratamientos efectivos, sobre todo a raíz de la aparición de nuevas cepas infecciosas”.
Otra de las grandes dudas que quedan por despejar, según Arellanos, y que preocupa bastante es que “no sabemos aún el grado de inmunidad que podemos generar, lo que significa que no sabemos cómo de protegidos estamos frente al SARS-CoV-2”. Para Arellanos, lo que queda por hacer para el futuro es, sin duda, “más investigación, más innovación, más información veraz que llegue a todo el mundo y más equidad para saber en qué situación está cada una de las personas que tiene una enfermedad renal”.
En palabras de Pinzón, “solo la inversión y continuidad de proyectos de investigación permitirán mantener y desarrollar herramientas de tratamiento para situaciones futuras”.