El repunte de la violencia contra los rohingyá desborda los campos en Bangladés
La situación en Bangladés me recuerda a las fotos que veía de los barcos vietnamitas en los años 80. ¿Cómo puede estar volviendo a ocurrir?
Tirado sobre una esterilla, aún convaleciente de su herida en la pierna, Iliyas recuerda la escena que pudo haber sido la última de su vida a los 16 años. Era día de mercado en su pueblo, una comunidad perteneciente a la etnia rohingyá (minoría que habita en el norte de Myanmar). Antes de escuchar nada, Iliyas vio a todo el mundo correr. Entonces recibió el disparo en la pierna.
Cuando logró cruzar la frontera con Bangladés, con su herida tapada con hojas atadas con tiras de tela, sus piernas y manos se habían hinchado por la infección. La misión local de ACNUR logró trasladarle a un hospital donde pudo ser operado y salvar su vida. Aunque él ya está fuera de peligro, en su precipitada huida, dejó atrás a su familia en una situación desesperada. “Mi madre y mis hermanos se están quedando sin comida y van mendigando de casa en casa”, cuenta el refugiado rohingyá.
Llegados a la región durante el periodo colonial británico, los rohingyás han sido históricamente discriminados en Myanmar. No son reconocidos como minoría étnica y son virtualmente apátridas desde los años 80. Los ataques del 25 de agosto desataron una campaña militar que ha provocado un éxodo masivo.
Hasta el estallido de violencia de agosto, Bangladesh, un país que colinda al norte con Myanmar, acogía a 34.000 refugiados rohingyá registrados en los campos de Kutupalong y Nayapara, en la región de Cox Bazar y a otros cientos de miles indocumentados en refugios y aldeas de la zona. En apenas un mes, las cifras se han disparado hasta medio millón de personas (ver cuadro) que dependen de la ayuda humanitaria para sobrevivir y han desbordado la capacidad de los campos.
Huyendo a través del monzón
En septiembre, el pueblo de Rabeya Khattm, ubicado en el norte de Myanmar, fue incendiado hasta los cimientos. Esta mujer rohingyá decidió reunir a sus seis hijos, con edades entre los 11 meses y los 10 años, y dirigirse hacia la frontera con Bangladés. Entre su aldea devastada y su refugio al otro lado de la frontera había una larga caminata de ocho días, atravesando caminos de montaña y selva, bajo las lluvias monzónicas que azotan en esta época del año a la región.
Tras cruzar la frontera con Bangladés con su bebé enfermo y dos de sus hijos temblando de frío, muestra, bajo una lona de plástico, el alivio tras culminar el duro viaje. “Ayer llovió todo el día y no pude dormir, pero la lluvia ya no puede atacarnos”.
Ante la llegada masiva de refugiados, 20.000 al día durante el mes de septiembre, en Kutupalong se ha construido un asentamiento temporal de más de 800 hectáreas para alojar a todas estas nuevas llegadas en la llamada “Zona de Extensión de Kutupalong”. Las inundaciones, el hacinamiento, la insalubridad y la falta de agua limpia están provocando brotes de enfermedades como el cólera y las diarreas.
“Obtenemos toda el agua del pozo y dos de mis hijos tienen diarrea”, declara la refugiada rohingyá Khaleda, de 25 años, que sabe muy bien cuál es la causa de la enfermedad. “Necesitamos agua limpia y segura y baños y lo necesitamos ya”. Conocedor de esta problemática y de que la existencia de infraestructuras básicas son fundamentales para frenar la propagación de esta enfermedad, ACNUR ha fletado hasta el mes de octubre cinco aviones cargados de material humanitario (tiendas, lonas plásticas, sets de cocina, mantas…). Y ello a pesar de que apenas se han cubierto un 10% de los fondos necesarios.
Cinco horas en el mar
Otros miles de refugiados, sin posibilidad de acceder a la frontera por tierra, a través de la jungla y las colinas, no tuvieron otra salida que lanzarse al mar. La travesía por las agitadas aguas del Golfo de Bengala dura unas cinco horas en botes pesqueros que no están preparados para albergar tantas personas a bordo. Muchos de los refugiados se desploman al llegar a la costa bangladesí.
Hafed Mohamed, de 47 años, arribó con 10 miembros de su familia, en uno de los repletos barcos pesqueros que alcanzan a diario la costa de Teknaf, en el sudeste de Bangladés. “Aún hay muchos esperando a embarcar”, dijo Mohamed sobre el puerto de Myanmar del que salió. “Llevaría un mes traerlos a todos”.
“Estábamos de camino a un campo de refugiados cuando pasamos por esta playa”, declara Vivian Tan, portavoz de ACNUR. “Vimos docenas de botes en el mar y una marea de gente bajando de ellos. Algunos de ellos se desplomaron en la playa. Es lo más devastador que he visto en mis 15 años trabajando con los refugiados. Me recuerda a las fotos que veía de los barcos vietnamitas en los años 80, pero esto es 30 años más tarde. ¿Cómo puede estar volviendo a ocurrir?”.