Huyendo de la guerra a través de los bosques de Sudán del Sur
Además de ser la mayor crisis de refugiados en África… Sudán del Sur es una de las peores tragedias de nuestra época
Durante la guerra civil sudanesa, entre 1983 y 2005, miles de niños huérfanos se internaron en los densos bosques tropicales del sur del país, huyendo de los combates entre las tropas gubernamentales y el Ejército de Liberación del Pueblo de Sudán (ELPS). Se les conoció como los “niños perdidos” y llegaron a ser hasta veinte mil. Vagando durante días, meses e incluso años, llegaban de forma intermitente a las fronteras con Kenia y Etopía, como un continuo recordatorio del desastre humanitario que acontecía en el sur de Sudán.
La guerra terminó oficialmente en 2005 y Sudán del Sur se convirtió en un país independiente en 2011. Sin embargo, los combates no tardaron en volver al territorio. Ahora, con el conflicto armado, también ha regresado la pesadilla de los niños perdidos.
Sandra atravesó, a sus 14 años, los bosques que separaban su pueblo con la frontera de Uganda, a donde llegó vestida aún con el uniforme de su colegio. “Cuando empezó el tiroteo, estaba en la escuela. Estábamos aprendiendo vocabulario en inglés. Me asusté mucho porque nunca antes había oído ese sonido. El profesor gritó que saliéramos y corriéramos… Él fue el último en salir de la clase, para asegurarse de que ninguno se quedaba atrás”, recuerda la joven refugiada sudanesa, que desconoce cuál fue la suerte de sus padres. “Prefiero no pensar en ellos porque me entristece. Me da miedo no volver a verlos nunca”, dice entre sollozos.
El país más joven del mundo ha tenido una historia turbulenta durante toda su breve existencia. Desde el golpe de estado fallido del exvicepresidente Riek Machar, los enfrentamientos entre dinka y nuerhan han degenerado en un conflicto étnico a gran escala en 2013.
La larga travesía de Semo y Seto
A pesar de la práctica ausencia de medios de comunicación internacionales, esta guerra ha producido una crisis de refugiados sin precedentes, particularmente tras el reinicio de las hostilidades en 2016, como se ve reflejado en el gráfico, convirtiéndose en la crisis humanitaria que más rápido creció en el planeta el año pasado, por encima de la de Siria. Actualmente, los combates, los bombardeos y las masacres han forzado a más de dos millones de personas a abandonar sus hogares en Sudán del Sur, un país con una población total de 12 millones de habitantes. El éxodo ha afectado de forma muy particular a los niños, que representan el 65 por ciento de los refugiados del país africano.
Semo y Seto tenían diez años cuando la guerra llegó a su aldea en 2015. Estos dos hermanos sufren una discapacidad que les impide caminar y los sacerdotes de su aldea les habían facilitado unas sillas de ruedas adaptadas con las que los niños podían desplazarse. Cuando comenzaron los enfrentamientos armados, ambos se vieron forzados a huir y vivieron juntos una larga travesía que les llevó hasta un campo de refugiados de la República Centroafricana. “Huimos y pasamos muchos días en el camino, hasta que llegamos aquí y una familia nos acogió”, declara Seto, que ahora vive junto a su hermano bajo el cuidado de un amigo de sus padres en un humilde refugio.
“Las mujeres y los niños sufren el peso de esta guerra sin sentido”, declara Bornwell Kantande, Representante del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Uganda, uno de los países vecinos que ha acogido al mayor número de refugiados sursudaneses. El 20% de los desplazados sufre desnutrición y 850 mil refugiados y solicitantes de asilo sursudaneses dependen para sobrevivir de la ayuda humanitaria de organizaciones como ACNUR o organizaciones socias como el Progama Mundial de Alimentos (PMA). “Además de ser la mayor crisis de refugiados en África, Sudán del Sur es una de las peores tragedias de nuestra época”, declara Filippo Grandi, Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados.
Una nueva vida en Uganda
Cada día, más de 2.000 personas provenientes de Sudán del Sur llegan a las fronteras de Uganda, que ya acoge a más de un millón de refugiados sursudaneses. A pesar de la hospitalidad de la población y los esfuerzos por parte del Estado ugandés y las organizaciones internacionales presentes en la zona, el país se ha visto al borde del colapso. Aún con estos problemas, su modelo de integración en el tejido productivo y la cesión de tierras lo ha convertido en un proyecto piloto de integración de refugiados en todo el mundo.
Medina Noah, una abuela ugandesa de 70 años, dio parte de sus tierras a una familia refugiada de Sudán del Sur y ahora trabajan la tierra juntos cada día. “Les di esta tierra por bondad -declara la abuela Medina- cuando se produzca la cosecha, podrán recogerla y tener comida. Tengo la certeza de que lo harán”. Para Moro Joel y Betty Sandi, dos refugiados sursudaneses, este gesto ha supuesto poder comenzar una nueva vida tras huir de la violencia. “Si alguien te da un terreno, sientes a esa persona como tu madre o tu abuela”, declara Moro Joel. A su lado, Betty describe el lazo inquebrantable que se ha generado con su abuela de acogida: “Haría cualquier cosa por ella”.