Hacia un mundo más sostenible y seguro gracias a la tecnología de carreteras

por Patricia Urquiola

El incremento del tráfico rodado en todo el mundo es un proceso acelerado que puede tornarse insostenible de no mediar soluciones tecnológicas innovadoras en los próximos años. La implicación de la industria del automóvil es un hecho desde hace décadas, pero su impulso necesita ser complementado por una evolución paralela de las infraestructuras viarias por medio del Road Tech, la tecnología de carreteras.


Según el Foro Económico Mundial (WEF), el parque automovilístico global habrá aumentado en 600 millones entre 2014 y 2025. Un ritmo de crecimiento de estas proporciones plantea desafíos de gran calado e índole diversa que ha analizado Economist Intelligence Unit (EIU), a petición de Abertis, en el informe Road Tech: Afrontando los retos del crecimiento del tráfico, que profundiza en lo que pueden hacer la tecnología y la ingeniería inteligente para mejorar la situación.














El incremento de tráfico en las carreteras no solo tiene consecuencias en el medio ambiente. La economía es otra de las principales afectadas.

El problema económico

El incremento del tráfico en las carreteras presenta cuatro problemas principales. Para comenzar por lo más directo, eleva el número de víctimas en accidentes: 1,25 millones de personas mueren cada año, y entre 20 y 50 millones resultan heridas, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Además, origina un grave problema de salud pública, acelera el cambio climático y produce pérdida de competitividad, puesto que los atascos tienen un coste anual que el WEF cifra en 1,4 billones de dólares.


Además de disparar la frustración de los conductores, la congestión del tráfico supone un importante quebranto económico en ciudades como Los Ángeles, Ciudad de México, Estambul o Moscú. Pero los costes son aún más elevados en los países en vías de desarrollo. Tan solo en Bangalore (India), las pérdidas causadas por los atascos ascienden a 6.500 millones de dólares al año, cifra que casi se duplica en Pekín, con pérdidas de 11.300 millones de dólares.












El transporte por carretera produce alrededor del 22% de las emisiones totales de CO2.

El problema ambiental

En términos ambientales, el panorama también es preocupante. En la OCDE, el transporte por carretera produce alrededor del 22% de las emisiones totales de CO2, uno de los responsables principales del calentamiento global. El sector del automóvil no ha tenido en este aspecto el éxito esperado a pesar de sus esfuerzos por mejorar la eficiencia de los vehículos. La Comisión Europea afirma que “el transporte es el único gran sector en la UE en el que las emisiones de gases de efecto invernadero continúan aumentando”, y ello se debe a la divergencia entre los resultados de las pruebas de homologación y los de la conducción real, “muy por encima del 40% de media” en opinión de Greg Archer, director de Vehículos Limpios del think-tank Transport & Environment.


La carga medioambiental de la construcción y mantenimiento de carreteras tampoco es desdeñable. Después del agua, el hormigón es el material más consumido en todo el mundo, y la industria cementera, en la que el hormigón para las infraestructuras viarias es uno de sus principales productos, es responsable del 5% de las emisiones de carbono globales.

El aumento de la congestión de tráfico incrementa la contaminación y los problemas de salud. En las ciudades donde se hacen mediciones de la calidad del aire, más del 80% de los habitantes están expuestos a unos niveles de contaminación ambiental superiores a los límites que fija la OMS, y en esas mismas zonas urbanas, los vehículos emiten un tercio de todas las partículas finas, las más peligrosas por su incidencia directa en ataques cardíacos, ictus y enfermedades respiratorias.












La ampliación de la red de carreteras y el endurecimiento de las normas de seguridad vial, algunas de las medidas para luchar contra los accidentes.

El problema de salud pública

En 2013 se registraron en la UE más de 450.000 muertes prematuras atribuibles a la exposición a las partículas finas, al ozono y al dióxido de nitrógeno (NO2). La OMS calcula el coste económico anual de estas muertes prematuras en 1,4 billones de dólares.


Por seguir con los cálculos estrictamente económicos, las víctimas de accidentes de tráfico (recordemos: 1,25 millones de muertes al año, unas dos por minuto) tienen un elevado coste, hasta el 3% del PNB en los países desarrollados, y hasta el 5% del PNB en los países con ingresos medios y bajos.


La relevancia de todos estos desafíos urge a tomar medidas para mejorar el transporte por carretera. Las más comunes han sido hasta ahora la ampliación de la red de carreteras y la adopción de políticas como el endurecimiento de las normas de seguridad vial, los peajes para reducir la congestión y las zonas de bajas emisiones, iniciativas que han logrado cierto éxito a la hora de aliviar la congestión y reducir el número de muertes en carretera, pero que no son suficientes.












Los gobiernos tienen en su mano adoptar políticas decididas para atajar los problemas derivados del incremento del tráfico.

La necesaria implantación de las Road Tech

Los avances en la tecnología de carreteras –Road Tech– presentan nuevas oportunidades, aunque su implantación requiere de esfuerzos en diversos frentes. El papel de las administraciones públicas es clave a la hora de proporcionar orientación y supervisión y, sobre todo, de tomar la iniciativa necesaria para probar y financiar nuevas tecnologías de carreteras en sus fases iniciales.


Los gobiernos tienen en su mano adoptar políticas decididas para atajar los problemas derivados del incremento del tráfico, así como colaborar entre ellos en proyectos multinacionales como Vision Zero, que busca desde 1997 acabar con las muertes y lesiones en accidentes de circulación. Pueden impulsar también la introducción del coche autónomo y marcar pautas para la instalación de estaciones de recarga, por poner solo dos ejemplos de su ámbito de actuación.


La tecnología de vehículos automatizados conlleva a su vez riesgos de ciberseguridad que las autoridades deben contrarrestar con sistemas adecuados. La cuestión clave aquí es establecer el límite entre el bien común de los datos compartidos y el derecho de los ciudadanos a la privacidad, pero sin olvidar que el big data generado por los residentes en las ciudades puede ser utilizado con el fin loable de mitigar los efectos del incremento del tráfico.












El rol de la administración es vital, sobre todo en el impulso inicial de determinadas tecnologías.

El rol fundamental de las administraciones

Para avanzar en esta dirección son necesarios modelos de financiación, tanto pública como privada, que permitan introducir de manera escalonada las nuevas tecnologías de infraestructuras, máxime cuando éstas presentarán un déficit de 1,6 billones de dólares entre 2016 y 2030, según cálculos del McKinsey Global Institute. El rol de la administración es vital sobre todo en el impulso inicial de determinadas tecnologías, por ejemplo, para fomentar las redes de carga y popularizar así el coche eléctrico. Greg Archer afirma: “Dentro de cinco a siete años esas redes de carga serán una buena propuesta de negocio, pero ahora necesitamos sentar las bases para animar a la gente a comprar esos vehículos».


Sin renunciar en ningún caso a la colaboración privada, los gobiernos poseen la capacidad de decidir de forma directa sobre sus activos propios. En febrero de 2017, el gobierno municipal de Pekín anunció un programa de inversión de 1.300 millones de dólares para que su gran flota de 70.000 taxis se componga de vehículos eléctricos. Una medida semejante sería aún más pertinente en el caso de los autobuses urbanos, ya que funcionan con horarios fijos y una demanda de energía bastante constante, sugiere el informe de EIU para Abertis, grupo líder mundial en gestión de autopistas de peaje e infraestructuras.


La implantación efectiva de la infraestructura inteligente requerirá nuevos modelos de colaboración entre sectores y nuevos conjuntos de conocimientos técnicos multidisciplinares. Este reto no es sencillo porque la toma de decisiones en ese terreno suele estar dividida entre instancias nacionales, regionales y locales, y porque el rápido avance de las tecnologías de infraestructura automotriz y de transporte provoca notable incertidumbre.












La infraestructura vial del futuro ya no es solo cosa de ingenieros de obra civil, sino también de ingenieros industriales, psicólogos, economistas y hasta abogados.

Sin embargo, es posible llegar a buen puerto, como demuestra el caso de éxito de Newcastle, ciudad inglesa donde se está experimentando actualmente con farolas dotadas de sensores que pueden comunicarse con las ambulancias, ayudando a los conductores a encontrar la mejor ruta hasta el hospital y cambiando los semáforos para llegar más rápido si se topan con un atasco. En consecuencia, la infraestructura vial del futuro ya no es solo cosa de ingenieros de obra civil, sino también de ingenieros industriales, de telecomunicaciones, psicólogos, economistas y hasta abogados.


Proyectos piloto como el de Newcastle, o el implantado en Tampa (Florida) para mejorar la circulación y reducir emisiones, deben ser ampliamente difundidos. Solo así los gobiernos tendrán información suficiente para tomar decisiones de inversión sobre tecnologías que realmente funcionan y que, como en el caso inglés, se orientan sin duda posible al bien común. Y solo así la opinión pública podrá dar su respaldo a la tecnología de carreteras, una luz verde imprescindible en cuestiones sensibles como la implantación del coche autónomo, del que ahora mismo aún desconfían muchas personas.


El informe concluye que los próximos 5-10 años serán críticos para permitir la adopción eficaz a escala de las nuevas tecnologías. Se marcarán las pautas, se desarrollarán los comportamientos de los usuarios y se perfilará la opinión pública, señala, y nos hallaremos ante la oportunidad de hacer las cosas bien para las futuras generaciones.