Si tú fueras una mujer nigeriana, tendrías un 40% de probabilidades de que hubieran amputado una parte de tu cuerpo cuando eras una niña. Quizás cuando tenía 4 o 5 años. La ablación sería legal en tu país y tú tendrías suerte de que todo aquello no hubiera derivado en problemas médicos. Tras días de terrible dolor y las horribles hemorragias, no volverías a sentir absolutamente nada. Ni el día que pasaste tu primera noche con tu marido. Tampoco la segunda, ni la tercera.

Uno de esos días, te hubieras atrevido a confesarle a tu marido que te dolía cada vez que hacíais el amor y él se habría sentido muy ofendido.

No te daría tiempo a reaccionar cuando él cogiese su cinturón negro de cuero. Luego te darías cuenta de que es el de la hebilla metálica, la hebilla más gruesa que tiene. Las marcas quedarían camufladas debajo de tus ropas cuando volvieras al mercado para vender cacahuetes, con la mirada triste y cargada de bolsas como éstas.

Cada día, intentarías volver más tarde a casa. De poco sirve, él siempre esperaría despierto a que volvieras para hacerle la cena. Uno de esos días, el arroz empezaría a quemarse al fondo de la cazuela. Lo siguiente que verías sería esa hebilla metálica, la del cinturón negro de cuero.

Cuando te quedases embarazada, las palizas seguirían con la misma frecuencia. Tendrías miedo de perder a tu bebé. Pero también miedo a marcharte, él tiene muy buenos contactos en las altas esferas. No quieres ni pensar lo que podrían hacerte ni cómo te las apañarías para subsistir sola con un hijo y sin él.

Pero no puedes más. Un día, una de las vendedoras del mercado te ve llorando y le muestras las marcas en tus brazos. Ella te habla de un campo de desplazados de ACNUR donde pueden ayudarte a volver a empezar de nuevo. Donde tener una vida digna con tu pequeña lejos de la violencia.