Pablo Sierra del Sol | 28·mayo·2025
Bañado por la luz —mediterránea— el apartamento parece todavía más bello. Un columpio invita a relajarse en la terraza rogándole al reloj que no cuente las horas. La estancia podría ser uno de tantos nidos donde pasar un romántico fin de semana junto a una cala mallorquina, pero, a diferencia de los boleros, no miente. Entre las habitaciones de hotel que se ofertan en la isla es única en su especie. Los viajeros que pasan la tarjeta por el sensor de la puerta saben muy bien qué supone entrar en la Humane Room: el dinero de su reserva —íntegro, una vez descontado el IVA— se ingresa en la cuenta bancaria del Grupo de educadores de calle y trabajo con menores. El GREC.
“Este proyecto no es fruto de la casualidad, ni tampoco una idea que se nos haya ocurrido un día en que nos despertamos con ganas de ser solidarios. Forma parte de la filosofía de nuestra empresa”, razona Rodrigo Fitaroni de Almeida.
“Llevo tiempo pensando que todas las acciones con una finalidad social, medioambiental, de mejora laboral o igualitaria que desarrollamos no se nos ocurren por casualidad. Nacen de una realidad que observamos en nuestro día a día. Es algo que ya está dentro de la empresa y que reclama nuestra atención, porque forma parte de nosotros, de las conversaciones que tenemos entre los empleados”, añade mientras apoya las manos en la encimera de la Humane Room, una de las 70 habitaciones del MarSenses Natura Olea, el último hotel que la cadena ha abierto en Mallorca.
Fitaroni es su CEO. Brasileño de cuna, pero balear desde hace un cuarto de siglo —“llevo más de media vida en estas islas”—, defiende, bien arropado por su equipo de ventas, marketing y comunicación, “que es posible entender el viaje, las vacaciones, de otra forma: con propósito”.
A conseguirlo ayudan iniciativas como la Humane Room. Si fuera un cuento tendría esta sinopsis. El GREC es una asociación sin ánimo de lucro que acompaña y apoya a jóvenes en riesgo de exclusión desde mediados de los ochenta. Una labor que ha cambiado multitud de futuros para personas de toda la isla. MarSenses adquirió un compromiso desde su fundación: tener un porcentaje cada vez más alto de empleados que provengan de una situación de vulnerabilidad, demostrar que el turismo también puede ser una herramienta integradora.
Aunque sea una recién llegada al sector más pujante de la economía de las Illes Balears —MarSenses nació tras la escisión de la cadena Mar Hotels en invierno de 2019—, ha abierto camino en lo que a la inclusión se refiere. Más de una veintena de personas de su plantilla, —como suma de varios proyectos de apoyo a colectivos vulnerables entre los que se incluyen SOIB Dona y REIncorpora—, son profesionales a los que, por desgracia, se les vetaría la entrada en otros trabajos turísticos. En los currículos que recibe el departamento de recursos humanos de MarSenses no hay manchas sino oportunidades.
La colaboración entre la hotelera y el GREC está en las antípodas de muchos de los acuerdos que se suscriben entre el mundo empresarial y el tejido asociativo de un destino turístico que congrega a más de 20 millones de viajeros cada año. Normalmente, las donaciones llevan un anglicismo por etiqueta: charity. La Humane Room es todo lo contrario a la caridad: los ingresos no se realizan una vez al año entregando un cheque de grandes dimensiones sino que el dinero acaba en las cuentas del GREC cada vez que se produce una reserva. Gota a gota se va llenando el aljibe del que bebe una brújula que orienta vidas desde hace cuatro décadas.
“Llevamos años trabajando codo a codo con ellos”, explica Fitaroni, “porque la gran cantidad de oficios que pueden aprenderse en hoteles como los nuestros permiten a sus usuarios, chicos y chicas con muchas dificultades pero con un porvenir, formarse a la vez que comienzan a tener sus primeros ingresos. Yo mismo he ido al GREC a hablar con los chavales y explicarles mi propia historia, como inmigrante y miembro del colectivo LGTBI+. Es muy difícil que estés a gusto, y sientas que tus condiciones laborales son humanas, si no percibes que haya empatía. Sin ella no habríamos reducido la jornada o aumentado sueldos en todas las categorías por encima de lo que dicta el convenio. Tenemos rentabilidad, puede hacerse si hay voluntad. Todo ello ayuda a que entre las quinientas personas que formamos parte de MarSenses haya una gran diversidad. No encontrarás dos historias iguales”.
Rodrigo Fitaroni, CEO de MarSenses
Unas plantas abajo, en la recepción del MarSenses Natura Olea hay colgado un cartel con un mensaje que no está escrito en media tinta. Lanza una idea que se capta al instante: estás entrando en un hotel donde todas las sensibilidades en cuestiones de género y sexualidad son bienvenidas. Más que pisar charcos, los responsables de la hotelera defienden que tan solo le están rindiendo cuentas a la coherencia. MarSenses se adhirió al EMIDIS, un programa que ayuda a las empresas en la gestión de la diversidad, y firmó el protocolo Yes, We Trans que impulsa la Federación Estatal LGTBI+ para promover la inserción laboral del colectivo. Fitaroni es tajante: “Si tenemos empleados trans o de género fluido, ¿cómo podemos tener clientes que sienten odio hacia ellos? Tendrán que deconstruirse para venir de vacaciones a nuestros hoteles”.
Rodrigo Fitaroni, CEO de MarSenses
En el último hotel que ha abierto MarSenses los esfuerzos por amortiguar la huella turística también se pueden ver y tocar. Embellecer y proteger para darle valor a una cala en forma de herradura —de ahí su nombre, Ferrera— que, pese a su turistificación, continúa siendo un enclave de alto valor medioambiental es otro reto en marcha.
Basta con mirar desde la piscina, primero, y caminar, después, bajo los pinos que serpentean entre el Natural Olea y los Ferrera Blanca (family y adults-only) uno de los establecimientos con los que comenzó la historia de la cadena. Las copas de los árboles forman una cúpula verde que tapa el cauce de un torrente. En los últimos inviernos, la cooperación entre la empresa y el Ajuntament de Santanyí ha conseguido limpiar de matojos y basuras el lecho de esta salida natural de agua. Cuando está seco, ahora es un sendero que invita a pasearlo.
“Hay que entender el pasado de una zona como esta para saber cómo deberíamos comportarnos. Cala Ferrera fue un lugar donde los vecinos de Santanyí invirtieron durante el boom turístico. Muchos de esos hoteles familiares, por desgracia, cerraron y han terminado en manos de fondos de inversión”, dice Fitaroni, a la vez que reivindica “el capital cien por cien mallorquín” de MarSenses. “Lo que pretendemos”, continúa el CEO, “es que la gente que vive en el entorno y que siempre bajó a esta playa a bañarse y disfrutar de un día de verano siga haciéndolo, o vuelva a hacerlo. Nuestro restaurante puede jugar un papel importante para conseguirlo”.
Rodrigo Fitaroni, CEO de MarSenses
Cala Ferrera | © BriBar - iStock
Fitaroni habla ahora en un patio cubierto con unos toldos de tela. Lo envuelven el marrón y el verde, los colores de la naturaleza, y el rumor de los pájaros, una música primaveral que rebota contra las paredes encaladas de los apartamentos. Está sentado en el chill out del Natural Olea, el restaurante al que se refería. Más que un servicio complementario para los huéspedes, otra declaración de intenciones.
Gambón rebozado, croqueta de sobrasada con miel, boniato frito cubierto con mayonesa trufada y lascas de parmesano, gazpacho de cereza roja, corazón de buey —¿el tomate más sabroso?— aliñado con ventresca, tartares de ternera o atún, llaunes de arroz, brasas para recostar pulpos, calamares, rodaballos —terminados al pil-pil— y carnes de primera calidad.
El cliché diría que estamos ante una cocina de precios prohibitivos, pero basta echarle un ojo a la carta de vinos, con muy buena selección de viñas mallorquinas, o escuchar al metre —“todas las verduras y frutas, el maracuyá incluido, son de kilómetro cero”—, para desmentirlo: ningún plato supera los 30 euros. Un cable a tierra desde los propios uniformes, elaborados con materiales orgánicos y técnicas artesanales por Hemper, una referencia en la moda ética. Sin raíz no hay honestidad.
Rodrigo Fitaroni, CEO de MarSenses