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Lo mejor de conectar es cómo nos hace sentir

30 años de amistad y ninguna distancia: la conexión de los amigos que les devuelve a los veranos del pueblo

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Un grupo de amigos con más de 30 años de amistad a sus espaldas organiza una cena cada Navidad en la que inevitablemente conectan pasado y futuro. Ni el tiempo, ni la distancia, ni tampoco la pandemia han podido vencer a su amistad.

Azahara García | 31·12·2021

Amistad para toda la vida

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Parece imposible que después de más de una década de cenas navideñas y de más de treinta años de amistad aún queden anécdotas que sorprendan a este grupo de siete amigos del pueblo que se conoce desde que apenas levantaban un metro del suelo. Con apenas cinco años, se pasaban 10 meses al año sin verse, quizás alguna llamada o alguna carta durante el invierno, pero durante el verano, en el pueblo soriano de Cabrejas, la conexión volvía a fluir como si el tiempo no hubiera pasado y se convertían en inseparables. Ahora, cuando Beatriz Castro —a la que todos llamamos Bea—, Marcos Alonso, Sara García, Julio Martín, Benito Pinas, Lolo Viso y Miriam López se acercan a los 40, evocan esa conexión reencontrándose cada Navidad para recordar los veranos de su infancia y compartir los mejores instantes del presente.

“En 11 años, nunca hemos fallado ninguno”, explica Bea Castro, con una pizca de orgullo. Ella lleva siete años, desde sus 31, viviendo en Berlín donde trabaja como diseñadora gráfica y reconoce que la cita con sus amigos es uno de sus momentos favoritos del calendario anual. No importa dónde esté cada uno, lo preparan con tiempo y mimo, conscientes de que es un momento muy especial para todos, por eso no acudir es algo que ni siquiera se plantean. Para describirlo, usa el símil de un juego infantil: “Es como cuando jugabas al ‘pilla, pilla’ y tocabas ese árbol que era ‘casa’ y te tranquilizabas porque ya no te podían coger, estabas a salvo. Ellos son casa”. Una casa que, debido a la pandemia, lleva un par de años celebrando su encuentro de manera virtual, pero sin que eso signifique perder por ello ni un ápice de su poder de unión.

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Una cena única para una conexión muy especial

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Los preparativos no son pocos. Todos comparten, aunque sea de forma virtual, la cena, cada uno dentro de sus gustos, pero siempre con un toque de distinción, no vale cualquier plato. Es una forma de reafirmar que se trata de un momento especial. Además, se mantienen algunos de los juegos que se han ido instaurando con el paso del tiempo. Por ejemplo, cada uno de los siete invitados rememora cada año alguna historia de esas que vivieron en su infancia y por supuesto no se permite repetir. “Es como volver a estar allí, con seis o siete años, y experimentarlo de nuevo”, asegura Bea.

Las mejores son aquellas de las que otros ni se acuerdan o las que de alguna manera conectan con algún acontecimiento actual. Por ejemplo, el año que Marcos Alonso anunció que iba a ser padre a sus 32 años, la mejor anécdota fue aquella en la que él, Sara y Lolo se turnaron para cuidar de un gatito que encontraron abandonado y que escapó de su tutela después de que Marcos se olvidara de llevarle su ración de leche varios días. “Obviamente, el primer peluche que recibió Marcos Junior fue un pequeño gatito blanco, lo más idéntico posible al que huyó de su padre cuando tenía siete u ocho años”, cuenta Bea.

“Es sorprendente que hayamos mantenido esa conexión después de tantos años y a la vez es muy bonito”, reconoce Marcos, el que hace más de una década propuso comenzar con estas citas anuales y a quien siempre se le ocurren nuevos juegos de un año a otro. A él le encantaría que su hijo, que ahora tiene tres años, pudiera vivir la experiencia de los veranos en el pueblo y supiera mantener esas amistades de la infancia a lo largo de los años. “A mucha gente le da un poco de envidia cuando les cuentas que conservas amigos que hiciste cuando veraneabas con cinco años y empiezan a recordar sus propios veranos en el pueblo o en la playa”, explica. Lo bueno es que su experiencia a veces ha funcionado como una pequeña mecha: “El año pasado una compañera de trabajo estuvo buscando en redes a varios amigos de cuando era pequeña para retomar el contacto y terminaron quedando ese verano”, relata Marcos que trabaja como dentista en una clínica de Getafe, en Madrid.

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Recordar el pasado para conectar en el presente

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Es obvio que el encuentro de estos amigos tiene un importante punto de nostalgia, pero lo que les une no es solo lo vivido en el pasado, eso es solo el germen. Su amistad funciona como una especie de cable a tierra que les permite reconectar con su infancia y sentirse unidos en el presente. “Creo que es importante tener gente a tu alrededor que te conozca de siempre porque te ayuda a relativizar, tanto lo que te pasa como a ti mismo. Es como cuando escribes un diario y lo lees pasado el tiempo”, sintetiza Sara García.

Además de esta cena anual, tienen un grupo de WhatsApp que se alimenta a diario con memes, fotos y las pequeñas historias de cada día. Nunca pasa demasiado tiempo sin que Marcos envíe fotos de su pequeño, Sara mande una imagen de alguna palabra impronunciable en alemán o alguien comparta instantáneas de panales de abejas, hormigueros o similares porque Lolo, además de un hipocondríaco confeso y orgulloso, dice sufrir de tripofobia, el miedo al patrón repetitivo o con pequeños agujeros apelotonados o muy juntos. Eso sí, lo importante suele esperar a los postres de la cena, cuando Marcos casi obliga a cada uno a hacer su resumen del año y se aprovecha para soltar las noticias más relevantes.

Como cuando Sara y Julio anunciaron que se casaban en la cena de 2016, cuando ella tenía 29 y él 30. Se conocieron —como no— en el pueblo y estuvieron años en los que su amor de verano era siempre el mismo. En su boda sonó Dj Kun porque ese agosto en el que se besaron por primera vez no paraba de sonar ese pegadizo estribillo que decía “Ponle un poco de sabor aquí/ ponle un poco de sabor allá/ quiero que te acerques más a mí / ponte a disparar rampampampampam”.

Un par de décadas después de ese primer beso, volvieron al pueblo para pasar una temporada, huyendo del trasiego de Madrid en plena pandemia, aprovechando que ambos podían teletrabajar —ella como administrativa, él como psicólogo—. “A pesar de lo difícil de la situación, el pueblo nos ofreció mucha calma”, resume Sara. Ahora se están planteando anunciar en la cena de este año que van a comprar una casa allí, concretamente aquella en la que Sara se escondió aquel verano en el que —enfadadísima con sus padres— decidió escaparse de casa. “Julio y Bea me encubrieron y, mientras yo creía que todos andarían buscándome como locos, ellos fueron a buscar provisiones. Los dos trajeron helado y cuando nos lo acabamos decidimos que ya era hora de volver a casa. Cuando llegué, mis padres ni se habían enterado de que me había ido”, cuenta Sara entre risas, aunque la anécdota tuvo también su parte positiva: “Ese día fue el que empezó a gustarme Julio”.

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Lo importante de las conexiones es cómo nos hacen sentir

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Lo verdaderamente relevante de la conexión entre este grupo de amigos es que cuando están juntos se sienten como en casa. No es solo que recuerden una infancia feliz llena de veranos maravillosos sino que conectar en el presente, sea del modo que sea, les permite experimentar una emoción única. No importa que sea una llamada, un whatsApp o una cena presencial, el vínculo se mantiene.

Eso es precisamente lo que quiere poner en valor Telefónica con su campaña de Navidad, centrada en que conectar es mucho más que una cuestión de tecnología, de datos o gigas, se trata de la capacidad humana de compartir una emoción con aquellos que quieres. En el anuncio se muestra la historia de amor de Lourdes y Ernesto, cada uno en su casa familiar, enviándose mensajes con ilusión y emoción contenida de dos personas enamoradas. La historia de amor aguarda una sorpresa final cuando se descubre quiénes son realmente esos jóvenes y cómo nos pueden hacer sentir las personas con las que conectamos.