Por P. Pérez
En la película The Postman, Kevin Costner interpreta a un cartero en un mundo postapocalíptico que arriesga su vida para llevar correspondencia de un lado a otro y recordar a los pocos sobrevivientes que aún hay algo que les une. Ahora, en 2020, cuando todo el mundo permanece encerrado en sus casas para luchar contra una pandemia que se extiende por todo el planeta, cientos de carteros y carteras siguen trabajando y recordándonos que nos tenemos los unos a los otros. Más de 1800 voluntarios de Correos participan estos días en más de 400 iniciativas solidarias en toda España para tratar de ayudar a quienes la pandemia ha golpeado más fuerte.
De la mano de administraciones públicas, ONG y empresas privadas, los trabajadores de Correos han hecho, al menos 450.000 entregas de material sanitario y de primera necesidad, han repartido más 420.000 kilos de alimentos en todo el país y han llegado a más de 160.000 beneficiarios.
“Ayudar en todo lo que podamos” no ha sido solo el eslógan de una iniciativa, sino el mantra que en Correos se repetía una y otra vez. La institución ha trabajado para hacer que todo el país, y especialmente aquellos que más lo necesitan, supere este confinamiento de la mejor manera posible.
La ilusión de cada uno de estos carteros y carteras ha permitido que muchas personas salven su vida y, otras, logren sobrellevar una situación que nadie esperaba. Se ha repartido desde comida en hospitales hasta tarjetas SIM a familias vulnerables para que los más pequeños pudieran seguir el curso online. Y es que la labor de estos voluntarios ha sido ayudar en todo lo que podían y también recordarnos que no estamos solos.
Héroes anónimos que, además de material sanitario o comida, han repartido ilusión, confianza y ánimo. La iniciativa “Libros de ida y vuelta”, llevada a cabo por Correos junto al Ayuntamiento de Logroño, ha permitido que los más jóvenes en familias vulnerables puedan disfrutar de la lectura y dejar volar su imaginación más allá del confinamiento. Un viaje que también han podido experimentar los más mayores, como Delia Ágreda Coloma, que, además de adentrarse en mundos fantásticos gracias a la lectura ha podido volver a tiempos mejores: “Me gusta leer desde que compraba cuentos de hadas, que ni me acuerdo lo que valían. He sido una viciosa de los libros. Me acuerdo de cuando fui a la librería Cerezo a comprar ‘Cuerpos y almas’ y no me lo quisieron vender porque era muy joven. Para conseguirlo, lo compré en otra ciudad donde tenía familia diciendo que era para un regalo. ¡Así lo conseguí! Leo todo lo que puedo”.
Iván Reinares, concejal de servicios sociales y desarrollo comunitario del Ayuntamiento de Logroño, cuenta que parte del proyecto va dirigido a personas mayores en riesgo de soledad no deseada: “Hemos visto que un libro también es una compañía”.
Pero el servicio postal de Correos ha ido más allá. El Ayuntamiento se planteó imprimir los deberes de los niños en familias vulnerables con sus nombres para que los padres pudieran ir a buscarlos. Pero entonces llegó el estado de alarma y eso anuló esta posibilidad. “Con su entrada en vigor nos propusimos llevárselos a casa, entonces fue cuando aparecieron los voluntarios de Correos”, explica Reinares, que cuenta que, además de las tareas, los carteros han repartido material escolar a quienes no podían acceder a él: “También pusimos en contacto a Correos con diferentes colegios que tenían dificultad de hacer llegar los libros de texto a los alumnos”.
A Delia le llevó su libro Minerva García, una de las carteras voluntarias de Correos de las que habla Reinares. Minerva estudió Educación Infantil, por lo que tiene una especial sensibilidad con los niños. “Un día vi que Correos tenía un voluntariado y no me lo pensé, me imaginaba a todos esos chavales que no tienen internet o una tablet y…”, no termina la frase pero se entiende lo que quiere decir. Minerva reparte en barrios más humildes y, además de entregar libros a personas mayores, se ha encargado de distribuir material escolar facilitado por los colegios. “Todos somos conscientes de que tenemos unos medios y con esta gente muchas veces llamas al portero automático y no funciona… tampoco hay ascensor”.
El reparto, dice esta voluntaria, ha tenido momentos muy emotivos. “He dado con colegios muy buenos con alumnado más vulnerable y han preparado super bien el empaquetado”, cuenta Minerva que asegura que todo estaba puesto en cajas con mensajes positivos y dibujos alegres. “En el primer reparto nos pusimos a llorar todos”, explica emocionada esta cartera con vocación de profesora que solo hablando transmite su ilusión. Y termina: “En vez de estar en casa comiéndome la cabeza, estoy repartiendo educación. Para mí es impresionante”.
Los libros no son la única herramienta para que los niños puedan seguir con el programa educativo. Los centros han decidido que las clases y los deberes se realicen de forma telemática y muchas familias no tienen acceso a internet. Por eso en Castellón, como en otras muchas partes de España, Correos ha ayudado a repartir tarjetas SIM donadas por compañías telefónicas a aquellas familias que más lo necesitan.
Elisabet Moreno Gimeno, voluntaria de Cruz Roja, es una de las personas que ha puesto en marcha la iniciativa: “Trabajamos con varios proyectos, entre ellos, uno llamado éxito escolar, para cubrir las necesidades educativas de niños”. A raíz de esta iniciativa, se dieron cuenta de las dificultades de algunas familias para tener acceso a los materiales que los centros dejaban en la web. “Teníamos que investigar y ver cómo aportarles ese recurso”, cuenta esta voluntaria.
Diez voluntarios de Correos ayudaron a repartir las tarjetas para que niños de Castellón, Vila - Real, Vinaròs o Cabanes pudieran tener acceso a esos materiales. “Con ayuda de Vodafone España, que donó tarjetas SIM, pudimos llegar a más de 100 familias en toda la provincia”, explica Moreno que asegura que las tarjetas se dieron con la previsión de durar todo el confinamiento. “Desde Correos hemos tenido mucho apoyo”, concluye. Además, cuenta que los voluntarios de Cruz Roja no hubieran podido repartir todas las tarjetas sin la ayuda de Correos.
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“La gente te recibe con los brazos abiertos”, Miguel Angosto pronuncia estas palabras emocionado. Es uno de los carteros que, voluntariamente, se ha ofrecido a entregar algunos de los 20.000 lotes de productos alimenticios que han ido a parar estos días a las casas de quienes más lo necesitan. “La verdad es que es un momento en el que te sientes realizado. Resulta muy sencillo hacer este trabajo, estás haciendo algo para los demás y los demás te lo agradecen”. Con la iniciativa Cistellas contra la COVID-19, impulsada por varias empresas, con la ayuda del Ayuntamiento de Barcelona y el apoyo de Correos, se ha intentado que miles de familias vulnerables tengan un surtido de productos frescos para afrontar la crisis.
Y como Miguel Angosto, gran parte de la plantilla de Correos ha tenido que arrimar el hombro y cambiar de dinámica para que los alimentos lleguen a todas las casas. Ángeles Piqueras, jefa adjunta del Centro de Tratamiento Integral, ha sido la encargada de que todos los paquetes salgan correctamente. El Centro Logístico Integral de paquetería de Zona Franca de Barcelona, en el que se clasifican los paquetes, estos días ha cubierto otra función. Parte de la máquina utilizada para ordenar bultos en esa nave de 20.000 metros cuadrados, se ha usado para transportar cajas vacías que los operarios iban llenando. “Cuando nos hicieron la propuesta era un trabajo manual. Pero el director tuvo una muy buena idea: utilizar una de las cintas de la máquina”, cuenta Piqueras.
De esa manera, la cinta que antes transportaba paquetes de gran tamaño pasó a llevar cajas vacías que los operarios iban llenando. Unos operarios que, en estos días de necesidad, se habían sumado desde otras secciones. “Han venido a trabajar de todas las áreas de Correos: distribución, oficina y comercial”, cuenta Piqueras. De 18 a 22 personas han trabajado en este proceso logrando empaquetar 20.000 lotes.
Uno de estos lotes fue a parar a casa de Sacramento Recio, de 85 años. “Me llamaron y me preguntaron si necesitaba ayuda”, explica Recio, que asegura que con su edad y su estado físico le era imposible salir a la calle. “Como no podía comprar e iba justa de dinero, me lo podían mandar”, cuenta al teléfono esta vecina de Barcelona. Para que fuera posible, decenas de personas se habían involucrado en el circuito logístico, desde aquellos que donaron los alimentos, hasta las instituciones que organizaron la ayuda. El último eslabón de la cadena fue el cartero de Correos que subió el paquete al piso de Sacramento. Un día, esta vecina de Barcelona abrió su puerta, y la cesta estaba ahí.
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